Tercer largometraje de Víctor García León, después de las muy recomendables Más pena que gloria (2001) y Vete de mí (2006), galardonada en la última edición del Festival de Cine en Español de Málaga con la mención especial del jurado y el premio de la crítica, nos presenta un autorretrato del país en forma de falso documental. Cámara en mano retrata las desventuras de un pijo venido a menos, a quien seguiremos desde que se entere, a través de un informativo televisivo mientras celebra un cumpleaños, de la entrada en prisión de su padre, ministro corrupto del PP, y que verá cómo pasa de vivir lujosamente en una zona residencial a pedir cama a la que fuera su empleada de hogar. El papel lo borda Santiago Alverú, que en su primer trabajo delante de la cámara demuestra un desparpajo poco habitual a la hora de encarnar a este curioso personaje que bascula entre la idiotez y el engreimiento, capaz de llegar al chalet familiar, después de enterarse de la noticia que provocará su hundimiento, y al encontrarse con un grupo que realiza un escrache contra su padre, sin dudarlo se incorpora como uno más a la manifestación. Las andanzas del petimetre lo llevarán igual a fotografiarse junto a líderes de Podemos como alguna lideresa del Partido Popular, incluso vivirá situaciones de lo más patético cuando se presente ante la familia de su novia o cuando intente algo con ella después de haberle sustituido por otro. No obstante, encontrará refugio en los brazos de una invidente seguidora del partido morado, que le abrirá las puertas a la esperanza, facilitándole techo y trabajo. En fin, resulta cuando menos interesante que el deus ex maquina en esta función sea uno de los componentes del grupo que protestaban contra la corrupción a las puertas de la casa del protagonista, sin saber que es el hijo del político corrupto.

Mirada divertida e inteligente hacia la sociedad en la que vivimos, comparable a lo que más allá de nuestras fronteras ha realizado gente como Nanni Moretti.