Hace unos años, antes de Julieta, Pedro Almodóvar pensó que nunca volvería a rodar una película. De aquella crisis surgió una imagen, su propio cuerpo ingrávido sumergido en una piscina, y de ésta la chispa que encendió su caótico pero disciplinado proceso creativo.

«No es mi autobiografía pero sí es la película que me representa más íntimamente», dice sobre Dolor y Gloria, su vigésimo primer largometraje, que llega hoy, viernes, a las salas de cine. Antonio Banderas ha sido el elegido como su alter ego, un director de cine llamado Salvador Mallo que viste su misma ropa -el vestuario se replicó a medida del armario de Almodóvar- y vive en una casa como la suya, rodeado de sus propios libros y obras de arte. Hasta el parte médico del protagonista, recreado con riesgo y belleza mediante una animación de Juan Gatti, corresponde a dolencias que ha padecido el autor de Todo sobre mi madre y que le precipitaron en esa crisis. «Yo no estoy tan mal como el protagonista», subraya Almodóvar, reacio a cargar las tintas con unos dolores que tampoco se dramatizan excesivamente en la película. Dolor y Gloria es un filme luminoso y en varios momentos divertido como el mejor Almodóvar; por ejemplo, la escena (en este caso ficticia) en la que Salvador Mallo se lanza a las calles como si fuera un personaje de The Wire en el mismo Baltimore, en busca de una dosis de heroína que amortigüe su padecimiento. «A través de la escritura no solo abres las puertas de tu intimidad sino que desarrollas posibilidades que no han existido y eso me estremece», asegura. H M. TSAMIS (EFE)