El escultor salmantino Venancio Blanco murió ayer a los 94 años en su domicilio de Madrid, tras sufrir un paro cardiaco, según la fundación que lleva su nombre. En los últimos meses el estado de salud de Blanco, Premio Nacional de Escultura en 1959, se había visto agravada con problemas cardíacos que comenzó a padecer inicialmente en 1981, cuando se encontraba en Roma como director de la Academia Española de las Bellas Artes en la capital italiana.

De sólida formación cultural y artística, fue un genio en constante ebullición y caracterizado por una inquietud a la que no dio tregua hasta los últimos años de su vida, donde siguió dibujando y exponiendo como homenaje a algunos de sus cómplices: Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y el caballero Don Quijote. Además de su faceta artística, Blanco cultivó también una carrera docente en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Madrid, aunque también en cursos específicos como el de dibujo y escultura en bronce que le llevaba cada verano a Córdoba, ciudad a la que estuvo muy vinculado, con una trayectoria de más de veinte veranos.

Clásico y moderno, no se anquilosó en una sola estética y circuló por caminos personales sin perder de vista las tendencias de cada momento. Sus esculturas se encuentran en Ciudad del Vaticano (Roma), Museo Nacional de Arte Reina Sofía (Madrid), museos nacionales de Oslo y El Cairo o en la catedral de Nuestra Señora de la Almudena (Madrid).