No hay imagen más decisiva para el cine moderno, o para el cine de la modernidad, que la de un filme de Ingmar Bergman, Persona, rodado en 1966, en la que dos mitades de dos rostros femeninos conforman una sola cara. Una de las dos mitades pertenece a Liv Ullman, que debutaba a las órdenes de quien se convertiría en su pareja sentimental durante años. La otra mitad es de Bibi Andersson, que ya había intervenido en varias películas de Bergman y con quien entonces el director mantenía también una relación amorosa.

Nacida en Estocolmo en 1935, y fallecida el pasado domingo a los 83 años, Bibi Andersson gozó igualmente de una imagen muy moderna, libre y nada frívola, en sintonía con otras intérpretes europeas de su generación, siendo imposible entender la modernidad cinematográfica sin el trabajo de estas actrices, que cambiaron con su estilo interpretativo y su particular fotogenia los límites del clasicismo cinematográfico. Andersson realizó, como Bergman, una carrera alternativa en cine y teatro. Estudió en el Real Teatro Dramático de Estocolmo y hasta 1959 intervino en varias obras a las órdenes de Bergman en el Teatro de Malmö. Después de Persona continuó muy vinculada al director interviniendo en Pasión, La carcoma y Secretos de un matrimonio; en esta última encarnó a la amiga íntima de la pareja en la devastadora secuencia inicial de la cena en la que termina humillada por su esposo. En 1958 ganó el premio a la mejor actriz en el festival de Cannes por En el umbral de la vida, galardón compartido con sus compañeras de reparto en el filme, y en 1962 repitió en el certamen de Berlín por Älskarinnan, de Vilgot Sjöman. Trabajó con otros cineastas suecos, rodó en Francia e Italia y probó aventuras estadounidenses bien diversas. En España protagonizó Una estación de paso, de Gracia Querejeta, y La escarcha, de Ferran Audí. Uno de sus últimos papeles importantes se registró en el oscarizado drama gastronómico El festín de Babette, de Gabriel Axel, realizado en 1987.