Comedia francesa, dirigida por un actor (Gilles Lellouche), que invita más que a la risa a la reflexión acerca de la depresión, a través de la crisis que sufre cada uno de los personajes que habitan el filme. Cada cual tiene sus problemas personales, más o menos influenciados por la sociedad en la que vive, como, por ejemplo, el personaje de Mathieu Amalric (nada mejor que un actor de gesto serio para comedia, recordemos a Buster Keaton), que después de tiempo desempleado y sin perspectiva laboral alguna, en plena crisis depresiva, con una familia que le da la espalda, encuentra un anuncio que demanda hombres para conformar un equipo de natación sincronizada.

Y es allí donde encontrará una luz en el túnel donde vive, una ilusión que invite a la esperanza. En la piscina podrá relacionarse con otros seres como él, inmersos en plena crisis de los cincuenta, mientras aprenden diferentes aspectos de este deporte, por tradición femenino, a las órdenes de una entrenadora bastante descentrada por culpa de un amor no correspondido y, sobre todo, por la influencia del alcohol. Un grupo de perdedores en busca de un objetivo un tanto utópico, quizá por ello se suele comparar esta producción con Full Monty. No hay nada más divertido que ver a un equipo de perdedores triunfando.

El reparto, posiblemente, sea clave en esta cinta. Buenos actores para una comedia bastante diferente a lo que suele proceder del país vecino del norte. Amalric consigue que comprendamos a su personaje, Guillaume Canet, y sorprende por salirse del registro al que nos tiene acostumbrados; Jean-Hugues Anglade convence en el papel de viejo rockero en busca del cariño de su hija huidiza; Benoit Poelvoorde vuelve a ser una caricatura con el tipo que crea, y así cada uno de los intérpretes que componen el cásting, incluida la entrenadora borde que construye Leila Bekhti. Un equipo muy unido dentro y fuera de la ficción. Optimismo para contar una historia sobre la depresión, con buen tono.