La génesis de una novela, de un poema o de un relato corto, en definitiva de cualquier historia que nos propongamos contar, suele venir precedida de un proceso de sedimentación paliativa, que es como a mí me gusta referirme cuando hablamos de las musas, de la inspiración o del innato talento que se le presupone a cualquier creador. Algo hay de incuestionable en esa consideración si nos detenemos a analizar cuánto se escribe actualmente. Y algo debe de haber de cierto, porque, o bien de una premisa, las musas, o bien de la combinación de dos de ellas, la inspiración y el talento, o del agresivo cóctel que se define de las tres una vez cuidadosamente combinadas, se define el resultado final de toda obra creativa, un resultado que no siempre viene acompañado del éxito o del reconocimiento, y que las más de las veces se enmarca dentro de lo efímero que tiene toda actividad neurológica. Podríamos incentivar, a partir de esta última consideración, que todo acto creativo tiene un «algo» de autodestructivo, y un mucho de equilibrio entrópico. Y podríamos deducir, a poco que conozcamos y reconozcamos la obra de Antonio Muñoz Molina, que en su última novela, Tus pasos en la escalera, ha decidido, quizás de una manera inconsciente, dar una vuelta de tuerca a toda su carrera para retornar al comienzo y a la ciudad que le dio los primeros éxitos. Lisboa. Entre medias, todo un peregrinaje por el desierto que abarca la etapa más dura que coincide con el 11-S, fatídico momento que haría cambiar el mundo, que va forjando la personalidad del protagonista y narrador omnisciente, y que culmina con la decisión de abandonar la Gran Manzana en dirección a Lisboa, «la más mediterránea de las ciudades atlánticas». ¿Acaso estamos ante el regreso o búsqueda de una nueva Mágina? Es posible. Y es que Tus pasos en la escalera tiene mucho de distopía y de novela psicológica. Pero también de ese lado oscuro, ese reverso tenebroso que todos tenemos oculto en el interior.

Dos vertientes narrativas viene trabajando José María Guelbenzu con cierta asiduidad: de un lado, novelas como Un peso en el mundo, un auténtico tratado literario por cuanto significó un punto de inflexión de una manera de ver y entender la literatura por el autor. De otro, obras aparentemente menores pero de igual densidad sicológica que la anterior como No acosen al asesino, La muerte viene de lejos, El cadáver arrepentido o la reciente O calle para siempre, que encuadradas erróneamente en el género negro, vienen a demostrar la ineficacia de los mismos a la hora de enjuiciar una novela. Y digo que están encuadradas erróneamente en el género negro ya que creo llegado el momento de diferenciar novelas clásicas del mismo (Hammett, Chandler) con estas otras más cercanas a la literatura de suspense. Y es que, no por tener un muerto, un investigador y un asesino, debemos hablar de novela negra. Pero eso será debate para otro momento. Ahora, centrándonos en la obra, tenemos de nuevo a la jueza Mariana de Marco, y de nuevo nos encontramos con su intuición e ímpetu investigador a la hora de indagar un asesinato aparentemente «doméstico». En esta ocasión, tan doméstico como un inocente homicidio en una boda en la que la jueza está como invitada. Una ocasión más para ver crecer «narrativamente» a la protagonista en esta novena entrega de la saga, que es tanto como ver crecer a su autor.