José Luis Rey es uno de los nombres más reconocidos de la lírica cordobesa y nacional. Con una concepción unitaria y salvífica de la poesía y poemarios merecedores de prestigiosos galardones, ha recibido el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla con La fruta de los mudos (Madrid, Visor, 2016). Sabido es, además, que su entrega a la creación y al estudio lo ha llevado a indagar tanto en la escritura ajena, con ese meritorio ensayo titulado Caligrafía del fuego, dedicado a la obra de Pere Gimferrer, como a la suya propia, que ha expuesto en Jacob y el ángel: la poética de la víspera y hace poco en Los eruditos tienen miedo. El hecho de que el mismo José Luis Rey haya afirmado que este poemario sobre «la búsqueda de la trascendencia» es su libro más maduro aumenta el interés por este título sobre el que ahora le preguntamos.

-Un poemario donde la longitud de los poemas es mediana, ¿por qué se comienza con el simbólico título de La Hansa, tan extenso y diversificado en 14 secciones?

-Bueno, hay bastantes poemas largos en el libro. Es cierto que lo abre el más largo, La Hansa, con más de 500 versos. Se trata del poema más ambicioso y creí que debía estar en primer lugar. Mediante el símbolo de la Liga Hanseática propongo la hermandad universal contra la muerte. Es un poema metafísico y celebratorio.

-También llama la atención que en un libro en que se alternan los versos largos con otros de reducido cómputo y sin rima haya un único poema medido en alejandrinos y con asonancias en los pares...

-Supongo que se refiere al poema La nana en Nínive. No me gusta escribir siempre con el mismo molde rítmico. El ritmo es la respiración de la poesía y hay que ir alternándolo para no ser monocorde. Gran cosa el ritmo en poesía; es lo que da belleza sonora y musicalidad. Hay algún otro poema rimado como Tartarín subió a los cielos, que a mí me gusta porque me recuerda lecturas y aventuras de mi infancia. Cuando uso la rima, en raras ocasiones, es porque quiero que el poema sea una verdadera fiesta. Eso sí; casi siempre, rima asonante, que es más ligera y suave al oído.

-¿Hay una tesis esencial, básica, en La fruta de los mudos?

-Sí. Hay una tesis que es la búsqueda de la trascendencia y cómo la poesía misma es un camino luminoso hacia la eternidad. Mi fe en la poesía es tan grande que la he convertido a ella, a la poesía, en mi religión personal. Mi poesía, muchas veces, es celebración de la poesía misma tanto como lo es de la vida. Por eso mi obra intenta ser trascendente sin renunciar a lo cotidiano y a la memoria. Porque la poesía ha de dignificar la vida y concederle altura.

-Y si uno de los asuntos que afloran con insistencia es el de la muerte, ¿significa esto que las manifestaciones vitalistas y luminosas de sus poemarios anteriores quedan reducidas o modificadas?

-En absoluto. Mi poesía, creo, siempre será celebratoria, incluso hímnica. Pertenezco a la estirpe del orfismo, como supo ver pronto el añorado Miguel García-Posada. Mi poesía indaga en la muerte, pero sin renunciar a un fuerte impulso vitalista. Precisamente porque la vida rebosa intentamos que esa vida alcance la eternidad más allá de la misma muerte. La poesía es un arma para trascender la muerte.

-Ahora habla de la memoria y del paso del tiempo, ¿no es esto una vuelta o una ligazón a esos mismos principios líricos presentes en La luz y la palabra?

-Puede ser. La memoria es uno de los pilares de toda poesía que intente explicar el misterio, aproximarse al significado del mundo. Desde el inicio de mi obra hay referencias a la infancia y la adolescencia, que para mí fueron etapas muy felices. La memoria informa la poesía y constituye una base desde la que alzar el vuelo. No creo en la necesidad de la memoria como lamento constante por lo perdido, que es lo que hace la poesía elegíaca, sino como punto de partida de la celebración.

-¿Entonces sería posible resumir o representar en un poema o en unos versos la esencia de este libro?

-Todo está concentrado, por ejemplo, en el poema El remolón.

-¿Y de un modo u otro los poetas de los que usted nos habla en Los eruditos tienen miedo están presentes en este libro?

-Creo tener ya una voz personal y propia, pero siempre me acompañan mis maestros. Maestros como Juan Ramón Jiménez, Rilke o Pere Gimferrer son para mí, más que un modelo estético, un ejemplo vital ante la misma poesía. Son ejemplo de vida más que de obra, ejemplo de una actitud vital.

-Sí, la vida de otros... Pero ¿hasta qué punto puede pensar el lector que la autobiografía es decisiva, si tiene en cuenta versos como los del comienzo del poema Cáscaras de huevo?: «Los carromatos de los gitanos, pintados de amarillo, / pasaban por el aire y los veíamos desde la ventana. / Mi madre nos daba clase de inglés / y después preparaba la cena».

-Tiene que ver con lo que hablábamos antes del uso de la memoria en mi poesía. Mi poesía es al mismo tiempo autobiográfica y ficticia.

-Además, uno de los recursos de este libro es la repetición («...y que no / se haga de noche otra vez, / que no se haga / de noche otra vez»), ¿con qué finalidad surge?

-Con una finalidad claramente rítmica. Pensemos en las repeticiones de Eliot («but set down/ this set down/ this»), por ejemplo. El énfasis de una repetición, en poesía, tiene siempre finalidad rítmica y musical, aparte de insistir en el sentido del poema. Pues todo poema, hay que decirlo, debe tener un sentido claro.

-Aunque se han publicado ya diversas informaciones sobre su libro, ¿cree que hay algún concepto que no ha sido suficientemente aclarado y el lector debe conocer?

-Creo que esta entrevista, por lo que he dicho más arriba, puede ayudar a ello. Diré solo que mi poesía quiere ser trascendente y vital a un tiempo. Y que mis poemas intentan presentar mensaje y aura: es decir, el hecho de que haya imaginación en ellos no excluye un rotundo significado e intención en cada uno.

-Por fin, ¿sigue defendiendo en este libro que el espíritu está sobre el lenguaje que lo expresa?

-El espíritu, el Ser, está sobre todo lo demás. El lenguaje es hermoso, pero no es más que un juguete. Mi fe no está puesta en el lenguaje, sino en el espíritu.