Aseguraba Marcel Prévost, el genial novelista francés que se adelantaría a la literatura feminista con su obra Les Demi-vierges, publicada en 1894, que «el hallazgo afortunado de un buen libro puede cambiar el destino de un alma». Una máxima que también podría aplicarse a la fotografía, sobre todo si el archivo que se escudriña es el que crearon en la primera mitad del siglo XX dos mitos del fotoperiodismo: Endre Friedmann y Gerda Taro, la icónica pareja de corresponsales de guerra que firmaron sus imágenes con el pseudónimo común de Robert Capa.

Los autores de la icónica Muerte de un miliciano despertaron hace algunos años el interés, la intuición y la perseverancia de Rafaela Abonnenc-Moreno, una ciudadana francesa que ha logrado identificar a su padre, el montemayorense Antonio Moreno Gómez, en una singular escena captada en 1939 en la playa de El Barcarès, una pequeña localidad de la comarca del Rosellón situada a orillas del mar Mediterráneo.

«No tengo ninguna duda: el hombre que aparece en la segunda fila es mi padre y, justo al lado, su camarada Francesc Boix, el fotógrafo de Mauthausen», relata emocionada Rafaela al investigador local José Francisco Luque, autor del libro Montemayor 1900-1945. Cuestión Social, República, Guerra y Represión.

De la singularidad del hallazgo ha dado buena cuenta el periódico francés Le Monde, uno de los rotativos más prestigiosos de Europa, que encargó un reportaje sobre la Guerra Civil española al periodista Bernard Lebrun, biógrafo de Robert Capa.

«Ha sido una suerte poder identificar a mi padre 81 años después de que se tomase esta fotografía», reconoce Rafaela, quien aclara que la imagen capta el momento en que un grupo de combatientes se dirige hacia el campo de Barcarès. «Después de caminar desde Barcelona, los subieron en un camión que los dejó a dos kilómetros de Barcarès, mientras Robert Capa, que estaba cubriendo la Guerra Civil desde el lado republicano, iba tomando fotos», precisa.

Por si fuera poco, la instantánea inmortaliza a Francesc Boix, el único español que testificó en el juicio de Nuremberg contra los crímenes del nazismo y cuya vida llevó a la gran pantalla la barcelonesa Mar Targarona.

«En la imagen se aprecia que están todos recién afeitados», destaca Rafaela Abonnenc-Moreno, que, durante meses, examinó esta imagen con una lupa para, finalmente, localizar a su padre.

Antonio Moreno Gómez, apodado El Moreno, nació en Montemayor en noviembre de 1912. Agricultor de profesión, su hija destaca su compromiso social y sus avanzadas ideas para la época. «Era sindicalista, autodidacta, vegetariano, ateo, racionalista, músico y excelente bailarín de charleston», resalta Rafaela.

Dirigente del Centro Instructivo de Oficios Varios durante la Segunda República, tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, Antonio Moreno abandona Montemayor y, tan solo un mes más tarde, contrae matrimonio con Teresa Moreno.

«Después se desplazó a Madrid para integrarse en un batallón del Quinto Regimiento, con el que combatió en la defensa de la capital», detalla José Francisco Luque, quien aclara que en 1937 ascendió a sargento y, tras la batalla del Ebro, fue enviado a una escuela militar donde obtuvo la graduación de teniente.

Moreno pasó a Francia por la frontera de La Junquera el 6 de febrero de 1939 tras el desplome de la defensa de Cataluña. «Después de una estancia en el campo de concentración de Argelès, donde les tomaron los datos, fueron conducidos al campo de Barcarès, momento en el que Robert Capa toma la fotografía», explica el investigador .

Tiempo después, Antonio Moreno se alistó en la Legión Extranjera y formó parte de la Primera División de las Fuerzas Francesas Libres bajo el mando del general De Gaulle. A partir de 1940 combatió al fascismo en Eritrea, Túnez, Italia o Francia, hasta la liberación de París en 1944. Y fue condecorado por ello con la Cruz del Combatiente Voluntario, la Medalla de Guerra con Palma y la Cruz de Guerra.

En 1959, como antiguo combatiente de las Fuerzas Francesas Libres, obtuvo la nacionalidad francesa, al igual que su esposa y sus tres hijos, todos nacidos en Francia.

Tras una vida sencilla trabajando como albañil en Toulouse, «y siempre sin perder la esperanza de conseguir un mundo mejor y más justo para todos», Antonio Moreno falleció en 1992, ocho meses antes de cumplir los 80 años.