Noemí Sabugal (León, 1979) recoge en Hijos del carbón la historia de las cuencas mineras en España. Escritora, periodista e "hija y nieta del carbón", recorre en esta crónica sus recuerdos y los de otros muchos vinculados al dolor de las minas; y aborda, gracias a la investigación de las principales cuencas de España -Córdoba, Sevilla, Asturias, León, Palencia, las cuencas del Ebro y el Segre, Barcelona, Ciudad Real, Teruel y A Coruña-, el modelo de transición energética en el que se encuentran estos territorios.

- ¿Hijos del Carbón

- Desde luego. Mi intención era contar la historia de las cuencas mineras y de su microcosmos; el cómo se conforma la vida de las cuencas por y para la extracción de carbón. Pero, como dices, el carbón ha sido esencial, la base de desarrollo de España en los siglos XIX, XX y parte del XXI. Hasta 2018, el carbón era la tercera fuente de producción de energía por debajo de la nuclear y de la eólica. Hasta hace dos días, hemos encendido los ordenadores con carbón, pero a la gente que está fuera de la cuenca minera le parece como si todo esto hubiera pasado hace muchísimos años. El carbón fue tan importante que, incluso, vertebró el país hasta en el transporte. El ferrocarril dependía del carbón, pero, además, es que los ferrocarriles en las cuencas mineras se hacían para trasladar el carbón. Se pueden ver explicadas muchas cosas de nuestro país en la historia de las cuencas.

- En el libro hablas de una trinidad "minas-térmicas-cementeras" y parece, precisamente, que hablaras de Córdoba. Aquí ya han muerto las minas, la térmica, ¿cree que la próxima será la tercera que nombra?

- Esta Trinidad se da en casi todas las cuencas mineras porque el cemento ha sido igual de importante que el carbón, pero su historia puede ser independiente a la historia de las térmicas. Por ejemplo, en la zona de la cementera de La Robla (León), las minas cerraron, la térmica acaba cerrar -como la de Puente Nuevo—, pero la cementera sigue. Esta cementera lo que ha conseguido es la exportación de la mayoría de los productos, incluso durante la crisis de la construcción, la cementera se reorientó a la exportación de Clinker. Es decir, las cementeras no tienen por qué morir. Siempre se va a necesitar cemento, aunque ahora no se podrá producir con energía derivada del carbón. La supervivencia de las cementeras dependerá del tino empresarial de quien las lleve.

- Refleja también las dificultades que se presentan para plantear otro modelo económico e industrial en zonas donde hay tradición minera. ¿Cuáles son estas dificultades? ¿Y cuáles serían las alternativas para activar la economía en zonas como el Valle del Guadiato?

- Lo que ocurre con las comarcas mineras -ya ha ocurrido en todas—es que la minería ha abarcado tanto que las empresas mineras han tendido a acaparar la mano de obra de estos territorios y, no solo a acaparar, sino también que cuando se creaba una empresa ligada a las minas o a las térmicas, solían hacerla ellos mismos. Sabemos que el gran fallo de las cuencas ha sido la falta de diversificación económica que se ha traducido en un ‘lo que la mina dio, la mina quitó’. El Valle del Guadiato merece, por lo que ha dado, levantarse, echar a andar de nuevo y conjurar esa despoblación que recorre todos sus pueblos y los niveles de paro que son elevadísimos. Merece una segunda oportunidad. Ahora estamos al borde un cambio de modelo energético, van a llegar unos fondos cuya primera partida va a ser siete millones de euros. Lo que pediría es que estos fondos se invirtieran bien y se controlara a qué se destinan, teniendo en el espejo retrovisor algunos fracasos que ya se han producido como, por ejemplo, con los fondos Miner -que en el caso de Peñarroya-Pueblo nuevo dio origen a la Operación Rocket-. Pero es que, además de estos errores, el Valle del Guadiato se enfrenta a una contradicción: en un lugar donde se produjo tanta energía, no hay buenas redes de suministro eléctrico. Esto solo muestra cómo, cuando se usa un territorio rural, no se le deja lo que merece.

"Es contradictorio que en un lugar que produjo tanta energía, no haya buenas redes de suministro eléctrico. Esto solo muestra cómo, cuando se usa un territorio rural, no se le deja lo que merece"

- ¿Puede la historia volver a repetirse?

- En efecto, la transición energética es necesaria, pero habrá que ver muy bien qué deja esto en los territorios rurales. Una vez instaladas las placas solares y los molinos, no dejan empleo. Lo que genera empleo es la creación de fábricas de componentes eólicos y solares que reindustrialicen el territorio. En cuanto a las zonas rurales, una vez más, se les va a pedir que produzcan la energía que consumimos todos y que consumen las grandes ciudades. Estas zonas, ¿solo se van a utilizar para explotar su suelo o se les va a permitir participar de la producción de energía? Habrá que velar porque los territorios que vayan a producir esta energía, que son los mismos que ya la produjeron, desarrollen un modelo industrial para poder seguir viviendo.

- De hecho, algunos de estos lugares donde se están implantando los parques eólicos o de huertos solares también son espacios destinados a la agricultura. Al final, también son los pueblos los que abastecen a las ciudades de alimento. ¿Dónde se encontrará el equilibrio?

- Es muy difícil. Tenemos un Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico que debería atender a ambas cuestiones a la vez (ecología y demografía) y esto solo es posible si se les da a las zonas rurales el valor que tienen. Efectivamente, los pueblos también producen el alimento y cuando se pone una placa solar en una zona de terreno agrícola, esa zona pasa a tener un uso industrial y queda inhabilitada para la agricultura por períodos larguísimos. Por eso creo que debemos pensar muy bien cómo se hace; lo ideal sería que esto sirviera para que las zonas rurales tuvieran un impulso.

- ¿Tenemos tiempo suficiente para esta transición ecológica o llegamos tarde?

- Una cosa es el deseo y otra la realidad. Por un lado, la transición se está produciendo en Europa. De hecho, en España está ocurriendo antes que en otros países europeos más por una cuestión económica que ecológica. Como en 2018 terminaron todas las ayudas al carbón, muchas empresas cerraron porque dejaron de recibirlas. Estamos todavía iniciándonos. Por otro lado, se ha terminado con una fuente de energía (el carbón) sin que se hayan creado todos los recursos necesarios por la otra parte. En España, cuando las Térmicas cerraron, se empezó a importar energía de Marruecos producida por térmicas de carbón por el mismo cable que antes lo exportábamos. Es decir, Marruecos que está fuera de la UE y que no tiene los compromisos con el cambio climático, está abasteciéndonos de energía. Estas contradicciones nos hacen ver el panorama general. Tiempo tenemos, pero no todos estamos en las mismas.

- La despoblación en las zonas mineras es una realidad. En Peñarroya-Pueblonuevo, por ejemplo, su población se ha reducido a menos de la mitad desde el siglo pasado. Sin embargo, ahora con la pandemia hemos visto cómo se está revirtiendo ese efecto -aunque sea esporádicamente- y se está volviendo a valorar lo que tiene que darnos el campo. ¿Cree que la pandemia puede suponer una oportunidad para las zonas mineras para resurgir de las cenizas?

- Creo que esto es una cuestión puntual. Alguien no se instala en el pueblo si no trabaja en él. Ahora lo que se ha producido una huida buscando oxígeno, buscando un sitio más amplio, comodidad, alejarse de los riesgos de la gran ciudad. La implantación de gente en un territorio no parte de una huida, sino que surge de un territorio con recursos que permita trabajar en él. Algo muy importante, y que también es uno de los retos del Valle del Guadiato, son las telecomunicaciones. No me puedo instalar en un pueblo en el que tengo que, por ejemplo, teletrabajar o vender por internet si no tengo una buena conexión. Lo primero en lo que hay que intervenir es en mejorar estas condiciones. Se necesita una buena comunicación por carretera, una buena comunicación de internet para que la gente se plantee vivir en los pueblos, entre otras cuestiones. No obstante, es posible que se esté produciendo una nueva forma de pensar más positiva sobre las zonas rurales. Si se está revalorizando a la vida en los pueblos, esto puede conllevar que más gente pida -y con más efusividad— los medios necesarios.

"Ahora lo que se ha producido es una huida buscando oxígeno, buscando un sitio más amplio, comodidad, alejarse de los riesgos de la gran ciudad. La implantación de gente en un territorio no parte de una huida, sino que surge de un territorio con recursos que permita trabajar en él"

- Volvamos a las cuencas. ¿Cree que se habla lo suficientemente de la historia de las minas?

- En las cuencas mineras la mina lo rodea todo y se habla mucho. La minería es un trabajo tan duro que cuando los mineros han tenido que reclamar sus derechos laborales lo han hecho también de la forma más dura y contundente posible. Las hemos visto hasta hace nada. La gran marcha de 2012 en la que fueron mineros de toda España a Madrid con los cascos cantando a Santa Bárbara, fue espectacular. Esta forma de reivindicación ha producido una historia singular ligada a esto; una historia política y sindical, ligada, inevitablemente, a la historia de un país que durante mucho tiempo estuvo bajo la dictadura franquista que, a su vez, exigía el silencio. Esto en las familias se notaba. En el libro escribo que "el lenguaje de los silencios en las familias se aprende muy pronto; aquello de lo que no puedes hablar porque todavía duele". Esto sí que lo hemos visto en nuestros abuelos.

- Como explica, los mineros han sido un gran pilar en la lucha por los derechos laborales. Hay una frase que recoges en el libro que dice "nunca podremos entender el mundo de hoy sin los sacrificios y las luchas de quienes nos precedieron”. ¿Estamos olvidando la historia, estamos olvidando su lucha?

- No sé si se está olvidando o no se está recordando lo suficiente. Quizás la gente más joven no sabe lo que fueron las grandes huelgas. Cuando fue la última crisis económica, la marcha de los mineros en 2012 fue un símbolo de resistencia para mucha gente. Hemos visto mareas verdes (Educación), mareas blancas (Sanidad), marchas por las pensiones… Lo que ocurre es que en otros sectores de trabajo, hay menos redes entre las personas y esto produce que haya menos potencia reivindicativa. Es importante recordar que nuestros abuelos no solo lucharon por lo laboral, sino que también lucharon por lo social. Nunca viene mal hacer un ejercicio de memoria.

- Hablando de reivindicación, en Hijos del Carbón

- La desigualdad ha afectado a la historia de la humanidad. Lo que ocurre con las mujeres y las minas es lo que con las mujeres en cualquier otra profesión. Sobre todo, en un país en el que la mujer, durante mucho tiempo, se casaba y dejaba de trabajar para atender a su marido y sus hijos. Además, las empresas mineras necesitaban que la mujer estuvieran en casa para tener hijos y que después entraran en la mina. Es duro, pero es así. No obstante, las mujeres siempre han estado en las minas y, además, ha sido fundamental su trabajo. Han sido carboneras, han sido vagoneras, han trabajado en las líneas de transporte de carbón. Entre los años 39 y 40, cuando hubo muchos mineros en la cárcel, las mujeres sustituyeron a los hombres, pero el gobierno franquista las llamó ‘productoras’ porque no querían llamarlas mineras. Además, establecieron toda la red de asistencia (comedores, limpieza, entre otras cuestiones) que necesitaban los mineros jóvenes que iban a trabajar. En la democracia ya se incorporaron como mineras. Es cierto, que el trabajo extractivo ha estado muy masculinizado, pero en las cuencas mineras las mujeres han establecido una red de apoyo, de asistencia y de atención. A veces, no se le otorga ninguna atención ni se les da valor y los cuidados son fundamentales. No se puede trabajar en la mina si no comes, si no tienes donde dormir.

"Cuando un minero moría, todos íbamos al entierro porque éramos conscientes de que al día siguiente podía ser tu padre o tu tío"

-Su libro ha puesto de manifiesto el dolor de las cuencas mineras, la muerte, la destrucción de las zonas, la desigualdad de clases, el vivir para el trabajo. ¿Hay algo bonito en la historia de los Hijos del Carbón?

Claro que sí. Es una historia muy dura que está ligada a la muerte, que lo rodea todo, pero tiene sus cosas buenas. Una de ellas es la unión -que no es que haya sido monolítica—y el ejemplo que dieron las cuencas mineras en la reivindicación laboral. Y, después, una cosa que tiene sus partes buenas y sus partes malas, es la creación de una comunidad muy interrelacionada. Cuando un minero moría, todos íbamos al entierro porque éramos conscientes de que al día siguiente podía ser tu padre o tu tío.