Los plenos deberían venir acompañados, como los muebles de Ikea, de una llave de Allen (Manufacturing Company) y de una buena caja de dolalgiales (con o sin prospecto). También de amor y comprensión para todos: los que montan muebles y los que escuchan plenos, que de todo hay en la viña del señor. Pero, dirán ustedes, ¿en qué se parece un pleno a montar una estantería kallak color abedul con cajoneras? Empecemos por el principio. Para que el mueble de Ikea luzca en tu casa tan bonito como en el catálogo 2021, de momento, tienes que recorrerte enterita la tienda, esa especie de laberinto de ratón en el que parece que vas jugando a las casitas en distintos escenarios para muñecas.

De igual manera, para que una moción luzca en tu periódico igual que en el catálogo, antes tienes que recorrer la sesión plenaria al completo, desde los preliminares del acto amoroso (las comparecencias previas de los portavoces) hasta los ruegos y preguntas, una especie de cajón de sastre en el que cabe de todo y en el que nunca nadie responde a nada. Sin embargo, uno no puede perderse ni los previos ni el epílogo, porque no se sabe nunca dónde saltará la liebre.

En el pleno del jueves, por ejemplo, al acto preliminar se personaron los concejales de Podemos Cristina Pedrajas y Juan Alcántara ataviados de sendos cascos de obra para denunciar «el insalubre» estado de su despacho, un happening en toda regla que agradeció la concurrencia periodística siempre amiga de novedades y de liebres que saltan cuando uno menos se lo espera.

Elegido ya el modelo y el color del mueble, debe ir al almacén para pertrecharse de cada uno de los elementos que formarán la futura estantería, haciendo de mozo amateur y de forzudo porteador para tratar de meter en el carrito cada una de las piezas seleccionadas. En el pleno, por analogía, llega esa parte de la sesión donde los concejales se sacan de la manga unos informes, ora de la asesoría jurídica ora del secretario --por fin utilizo esta conjunción distributiva--, y el plumilla trata con disimulo de fingir que está versado en letras o en leyes o en números, lo que sea para salir airoso del brete normalmente jurídico que se plantea en la sala como el que no quiere la cosa (aquí se tira normalmente de Google o de amigos). El jueves, mismo, ese informe fue del titular de la asesoría jurídica, Miguel Aguilar, sobre la enmienda que presentaban los grupos de izquierdas a la personación del Ayuntamiento en la causa que ha admitido el TSJA sobre las ordenanzas fiscales. No se entiende, digo yo, que si la victoria de PSOE, IU y Podemos era ya esa (que el alto tribunal andaluz haya admitido su demanda), rizaran el rizo planteando «un allanamiento» de los letrados municipales a la causa que defiende una bancada concreta. Pues ahí nos tiene, estimado lector, haciendo un artículo y de la necesidad virtud para convertir la paja en oro legible para sus no menos estimados ojos.

Nos encontramos entonces ya ante la titánica tesitura de meter lo adquirido en la tienda de muebles en nuestro utilitario, un vehículo de dimensiones estándar en el que sencillamente es matemáticamente imposible meter una balda de 80 de ancho por 199 de alto. Haciendo la analogía, igual de difícil que meter a 25 niños en un aula con metro y medio de distancia entre pupitre y pupitre, que es lo que ha tenido que hacer el consejero Imbroda en esta compleja vuelta al cole para que los niños no se contagien, sin bajar la ratio.

El coche del pleno, en nuestro caso: el gobierno de PP y Cs, dejó en evidencia su fragilidad en una moción que la izquierda presentó para denunciar la improvisación de la Junta en la vuelta al cole y que Vox --el paquete más grande de las baldas del Ikea-- decidió apoyar por pura lógica. Hete aquí el dilema: PP y Cs deben llevarse sí o sí la balda grande para terminar la estantería o acabar con un mueble cojo en mitad del salón para lo que queda de temporada. Así las cosas, ya me imagino al equipo de gobierno alquilando como sea esas furgonetillas que esperan a las puertas de la tienda a los incautos que no tomaron medidas antes de comprar el mueble, porque sí o sí la estantería la tienen que montar en casa.

Llegamos al final y fíjese que aún no hemos comido las albóndigas suecas ni montado la estantería, la operación que acarreará mayor frustración al improvisado montador, que ni equipado con la llave de Allen logrará poner a la primera los cajones de esa Kallak color abedul que, para colmo, a lo peor ni le combina con el resto del mobiliario.