Que la principal amenaza de la fiesta de los patios es la falta de relevo generacional es un hecho sobre el que vienen alertando los cuidadores más veteranos. No hacía falta un congreso internacional para llegar, casi al final del mandato municipal, a esa conclusión. Pero bienvenido sería el foro si, como ha dicho el presidente del Imtur, Pedro García, estuviera claro que el documento no quedará en papel mojado. ¿Quién sabe qué pasará en las elecciones municipales de mayo?

Sería injusto decir que no se ha hecho nada en los últimos años. La bonificación del 95% del IBI o la rebaja en la factura del agua a los patios que participan en el concurso han supuesto un alivio para los propietarios y cuidadores que, pese a ello, cada vez parecen menos interesados en cargar sobre sus espaldas con el peso de la fiesta para beneficio de otros.

El efecto generacional y los cambios en el modo de vida han alterado el orden de prioridades de quienes abren en mayo sus casas. Atrás quedan las madres de familias numerosas, las abuelas y las vecinas que, amantísimas de sus macetas, se valían de su mejor gusto para engalanar sus patios y llevarse las suculentas 500 pesetas de premio de la época. Las cosas ya no son lo que eran. Las familias ya no son numerosas, las abuelas tienen muchos intereses más allá de regar sus plantas y la cosa económica está muy mala como para dejarse la piel y el bolsillo en un concurso si no está claro que el esfuerzo vaya a merecer la pena. El reto ahora consiste en renovarse o morir.

Tras el subidón de adrenalina que supuso el reconocimiento por parte de la Unesco de la fiesta como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, los mantenedores de los patios se han dado cuenta de que lo que el título les ha traído, básicamente, es más trabajo. Pero trabajo, no del remunerado, del otro.

En aras de proteger la fiesta, para concursar, se les prohíbe explotar sus casas siguiendo la moda de las viviendas turísticas, lo que ha expulsado a algunos recintos ya del concurso; se les limita la venta de artesanía con la que ganarse unas perras en mayo aprovechando las miles de personas que los visitan, lo que ha desembocado ya en un litigio con el Ayuntamiento; no se les permite publicitar sus casas como «patio» y aprovechar lo que son para alquilar habitaciones y, para cumplir estrictamente con la legalidad, también se ha prescindido de sus familiares a la hora de controlar las puertas durante el concurso, haciendo que sean empresas externas las que se encarguen del tema.

En este contexto, la motivación para participar en la fiesta ha empezado a flaquear. Este año, en el que según la concejala de Promoción de la Ciudad, Carmen González, se han presentado 53 solicitudes, tres más de las que cabe en el cupo, han perdido el interés los cuidadores de Juan Rufo (después de dos ediciones); Barrionuevo 22, un emblema con una larga lista de premios cuyos dueños tienen «otras prioridades», y peligra la continuidad de Marroquíes 6, una de las joyas de la corona que el Ayuntamiento parece estar dispuesto a rescatar con un salvavidas en especias a cambio de que abra fuera de concurso. Detrás de cada caso, de un modo o de otro, está el cansancio.

REHABILITACIÓN // El problema es que no solo falta relevo generacional. Como bien señala también en sus conclusiones el congreso de patios, aunque tampoco sea una novedad, faltan inversiones para rehabilitar casas patio y recuperar recintos en ruinas del casco histórico. Ya en el 2016, el gobierno municipal anunció que Vimcorsa compraría casas patio para cederlas a cooperativas para uso social. Un proyecto que aún está por concretar, y no porque no haya habido colectivos interesados en recoger el guante.

Otro reto es la pata educativa. ¿Cómo hacer que los niños le cojan gusto a los patios? Para el presidente de la asociación Claveles y Gitanillas, Rafael Barón, la clave estaría en dejar a un lado la teoría para hacerles interactuar con ellos y con las plantas. El arbolito, desde chiquito.

El fantasma de la turistificación y el miedo a morir de éxito acecha también tras la puerta, ante lo cual, Barón aboga por olvidarse del turismo y centrarse en la tradición. «Si dejamos que sea el turismo el que mande en las decisiones, que el Ayuntamiento monte casas como escenarios y ya está, nos habremos cargado la fiesta». Para ello, propone centrarse en proteger la esencia de la fiesta, que está en quienes abren las puertas de su casa, con ventajas fiscales y ayudas para conciliar la vida personal y laboral con el patio con el fin de conseguir que la gente se comprometa. La savia nueva puede venir también de casas rehabilitadas con alquileres atractivos en los que los inquilinos tengan que comprometerse a cuidar del patio. Si los cuidadores están contentos, la fiesta seguirá viva.