«Nadie se mete en una casa que no es suya por gusto, hay que estar muy desesperado para hacerlo, se pasa fatal, solo eres capaz cuando no te queda más remedio». Álvaro y su mujer, padres de un niño de 3 años y otro que viene en camino, llevaban casi una década de alquiler cuando decidieron dar el paso. «Yo trabajaba en la construcción, pero las cosas empezaron a ir mal, no tenía trabajo y era incapaz de pagar el alquiler», explica. Él no abrió el inmueble. «Pagamos 50 euros a un mujer para quedarnos con el apartamento, que estaba destrozado», señala. Muchos se aprovechan de la miseria de quienes están aún están peor para hacer negocio. Desde entonces, tanto él como las otras dos familias que viven en la misma casa de vecinos han reparado desperfectos y mejorado lo que han podido. «Quiero que la casa esté lo más decente posible, mi hijo aún es pequeño, pero no quiero que en el cole se metan con él ni que se sienta mal por vivir aquí». Desde hace unos meses, recibe 500 euros de la ayuda familiar y se busca chapuzas en lo que sale. «Ninguno de los que estamos aquí nos negamos a pagar, queremos un alquiler social que sea asequible y pagar la luz y el agua..., pero el banco no quiere negociar eso».