-En ‘La nueva Jerusalén’ se centra en el mundo de las drogas, pero no precisamente en personajes de traje que viven en mansiones. ¿A dónde quiere llegar?

-No quiero disculpar las actividades delictivas, ni mucho menos, pero he tratado de relacionar la exclusión social con la práctica de la delincuencia. Hay muchas personas que parece que están predestinadas a llevar una vida un poco liosa, precisamente, por el entorno en el que nacen. En democracia, hay una serie de medidas y ayudas para contrarrestar esa exclusión, y hay ejemplos de personas que naciendo en zonas de exclusión social consiguieron una normalización muy notable, pero otras no.

-¿Por qué ha querido mostrar ese mundo? ¿Cuál es su objetivo?

-Cuando se entienden las situaciones, se encuentran mejores soluciones. Y ese es el objetivo, aunque esta novela también pretende ser un homenaje al abogado penalista, porque conoce la otra cara de la moneda del Derecho Penal, esa que no se enseña en las universidades ni en escuelas de prácticas, sino que se mama de la práctica diaria en las calles. Hay otra cara del Derecho Penal que hace al abogado el jurista más sublime.

-No dibuja un futuro muy prometedor. Pero, ¿hay algo más que drama en esta novela?

-Hay amistad, honor, lucha y también espíritu de superación.

-¿De qué personajes se vale para contar esta historia?

-De un abogado venido a menos, una joven a la que la vida maltrata por todas partes por ser buena persona y fiel a los principios del amor, jóvenes a los que la exclusión social aboca a la práctica de la delincuencia, y otros que no nacen en entornos desfavorables y aún así eligen malos caminos mientras su padres se preguntan qué han hecho mal. También se describen un poco los extramuros del mundo judicial y policial, y no hablo de prevaricación, sino de que muchas veces, para combatir los delitos, no tenemos más remedio que acudir a formas que no son muy ortodoxas.

-Su profesión le ha llevado a estar en contacto con realidades extremas. ¿Superan la ficción?

-La ficción bebe de la realidad, no la supera, es lo mismo.

-¿Tenía ganas de volcar su propia experiencia en una novela?

-Quizá el momento idóneo de esta novela hubiera sido al final de mi carrera y no a pleno rendimiento de mi ejercicio, porque no es márketing para un abogado, sino para un escritor. Y yo como de la abogacía. Hay cosas que se saben, pero no se escriben. Quizá es que tenga más alma de escritor que de abogado. Pero nadie se puede sentir ofendido porque, en el fondo, es una postura comprensiva hacia todos los agentes que intervienen en el mundo del Derecho Penal.

-Hablamos continuamente de políticas contra la exclusión social. ¿Cree que están siendo efectivas?

-Llevo escribiendo esta novela un año, y en ella hablo de zonas concretas de Córdoba donde hay un serio problema de exclusión. Hace unos días, un informe de la Unión Europea decía lo que yo digo en la novela, que hay tres barrios de esta ciudad que son los más pobres de Europa. Y en ellos hay niños que podrían ser genios.

-¿Cómo puede superar este problema la sociedad? ¿Qué papel debería jugar la justicia?

-Día a día. Aquí no hay culpables, no podemos decir que las políticas no son efectivas, pero combatir la exclusión social no tiene otro camino que la democracia. Y nuestra democracia es muy joven todavía. No podemos aspirar a erradicarla, sino a luchar contra ella cada día. En cuanto a la justicia, si hubiese un atenuante de histórica exclusión social, quizá la justicia será más justa.

-¿Qué diferencia esta obra de sus anteriores?

-Todo. Amor de olivo criticaba la situación de la mujer durante siglos, Rivera de Primo hablaba de la guerra civil, y esta es distinta porque es muy actual y bebe de mi profesión.