La idea surgió en la caseta de notarios de Sevilla, El Santo Entierro. Alguien propuso a Marian Campra y Javier Ronda, pareja de periodistas autores de anecdotarios de la Guardia Civil, de juzgados de guardia y hasta de comunidades de vecinos, el filón que había en la vida de los notarios, plagada de divertidas historias dignas de ser contadas.

En unos meses, hablaron con 200 notarios de España de todas las edades y de más y menos experiencia y el resultado de la investigación ha sido su último libro, Notario de guardia, ilustrado con una decena de viñetas obra de Pachi. Los notarios suelen tener cuatro o cinco destinos en su vida profesional hasta recalar en el definitivo, ya que el cupo máximo para cada territorio está definido, como ocurre con las farmacias, suele empezar en localidades pequeñas.

«Hay anécdotas en todas partes, pero las cosas que pasan en los pueblos no suelen darse en las ciudades», comenta Javier, convencido tras las entrevistas realizadas, «en los pequeños municipios el notario actúa casi como un psicólogo o como asesor ante problemas judiciales que en ocasiones excepcionales debe tan solo hacer que prime el sentido común».

El libro recoge situaciones esperpénticas vinculadas a bodas, hipotecas, oposiciones a notarios y a herencias, uno de los ámbitos que más juego dan. Entre los casos que relatan, figura el de una familia que llamó al notario para hacer el testamento cuando el testador ya había muerto en el hospital, tras esconder al fallecido bajo la cama y colocar en su lugar a un pariente vivo. Menos mal que el notario también era espabilado y se percató del engaño.

En otra ocasión, una familia, tras una larga negociación para repartir una herencia cuantiosa, canceló el acuerdo por una máquina de coser que todos los hermanos querían conservar. En Córdoba, los hijos de un señor mayor moribundo se empeñaron un viernes por la tarde en hacer que el notario acudiera a ver al padre para que hiciera testamento. Cuando el notario llegó, el hombre confesó que tenía un hijo no reconocido, lo que obligó a repartir la herencia con una persona más. El domingo siguiente, murió, así que si no llega a ser por las prisas de los hijos, el tercer hijo no se habría descubierto. Según los testimonios recabados, el dinero y la avaricia saca lo peor de muchas familias y hace que surjan familiares desconocidos de debajo de las piedras, «cuñados, primos, hijos... que son los que suelen hacer que los acuerdos para las herencias se vayan al garete por su influencia en los herederos directos», comentan los periodistas.

El notario no solo interviene en casos de herencias. También se solicita su presencia para dar fe (fedatario) en todo tipo de cuestiones, siendo su testimonio el que marca la objetividad sobre asuntos que pueden ser subjetivos en esencia como la calidad, el sabor o el olor de un vino, algo que hace años era certificado por un notario, con más o menos atino en función de su paladar o conocimientos vinícolas. También hay anécdotas en la zona de Montilla sobre una costumbre de antaño en la que el notario acudía en el momento cumbre de partidas de cartas, dejando los jugadores las mismas sin levantar, para certificar quién había ganado lo apostado, que en ocasiones podían ser las tierras de labranza.

La pandemia también ha dado para anécdotas relacionadas con las medidas sanitarias, como la que protagonizó un cura, llamado por una familia para bendecir las escrituras de una vivienda y que no pudo pasar al despacho del notario por exceder el aforo permitido. Un notario, aun siendo un funcionario público como un juez o fiscal, debe contratar a su personal y los gastos de sus oficinas corren de su cuenta. Ellos no se libran de las anécdotas, «como la de uno que cambió el tamaño y letra del papel, donde se recogen sus actos para aumentar sus honorarios, ya que parte de la tarifa, según Ronda, «depende del número de folios, en los que el tamaño y líneas está prefijado».