El asilo era el final, el espacio donde unas monjas te daban de comer hasta que te murieras. Un lugar al que llevaban a las personas mayores, pobres y desamparadas, sin familia o con parientes sin recursos. Era como un infierno social. Quizá por eso la Escolita, aquella tarde de tormenta en que mi padre y yo pretendíamos dejarla en el asilo de Dos Torres porque mi madre se había muerto y yo estaba estudiando en Madrid, salió corriendo por los pasillos de aquella residencia pegando voces y diciendo que ella --que tenía la mente algo alterada-- no se quedaba en aquella casa de putas (sic). Era por abril de 1972. Luego, cuando llegó la democracia municipal (1979) el alcalde de entonces de Villaralto, Juan Jesús Gómez Moreno, emprendió la construcción de una residencia para personas mayores que mi padre se empeñó en estrenar. Pero murió en el hospital Can Ruti de Badalona, donde se había ido a vivir con mi hermana, antes de que el posterior alcalde, Manuel Gómez, inaugurara esa forma de vivir la última edad muy alejada de aquellos asilos que hacían temblar a los viejos de entonces. El que sí murió en ella fue mi tío Manolo, que hizo fortuna en Barcelona al acabar la guerra, y volvió a Villaralto, no para ir de caza como hacía cada año sino para fenecer en ella, que últimamente, con la maldición del virus, ha producido noticias positivas.

Al comienzo de la reclusión o confinamiento, estando ya de alcalde Ángel Moreno, veinte de los 25 trabajadores de la residencia Isidoro Fernández se encerraron en ella con los ancianos, y se consiguió que no se produjera ningún caso de coronavirus. Ahora, todavía -toquemos madera- con cero casos de contagio la residencia está repitiendo aquel encierro de cuando todas las tardes, a las ocho, salíamos a los balcones a aplaudir a los sanitarios, que tanto bien hacían y siguen haciendo. Y los niños de las escuelas y los ancianos de la residencia han escrito un libro en el que los colegiales han puesto a su estilo sobre el papel las historias que los mayores les contaron por videollamada. El volumen se llama Tú me cuentas, yo lo cuento y en él se pueden leer los cuentos e historias que los mayores contaron a los alumnos del colegio Nicolás del Valle. Supongo que relatos muy distintos al de aquella tarde de los años setenta con tormenta en el asilo de ancianos de Dos Torres atendido por monjas de toca blanca.

¿Tendrá que ver el aislamiento geográfico de Villaralto con su ausencia de casos de covid-19? Aunque físicamente este pueblo está ubicado en el corazón de Los Pedroches a Villaralto hay que ir expresamente. Lo dejé escrito en su día en la Enciclopedia General de Córdoba de C&T Editores: «Altivo físicamente --se yergue sobre un altozano a 583 metros sobre el nivel del mar- su aislamiento, paradójicamente, es una invitación a la visita ya que, como una estrella que señala mil rumbos, sus puntos cardinales están unidos con carreteras que salen de sus entrañas y van a parar, de forma directa, a El Viso, Dos Torres, Alcaracejos, Villanueva del Duque, Fuente la Lancha e Hinojosa del Duque». Desde que comenzó la pandemia al parecer a poca gente se le ha ocurrido desplazarse a Villaralto por alguna de esas seis carreteras --seis arterias con bastante arterioesclerosis algunas- que llegan a su corazón, un rincón perdido en Los Pedroches.

Este aislamiento geográfico sí ha obligado a su población a ser una de las más emigrantes de la zona. Aunque sin perder, ¿cómo no?, el origen de su amor por los libros -el de por los periódicos ya lo han dejado-. Me llega el volumen 21 días de actitudes positivas, cuyo origen está en la pandemia, «la experiencia acumulada en los meses más duros del confinamiento, una selección de técnicas y herramientas impactantes capaces de transformar la actitud de las personas». Está escrito por los integrantes de la empresa MRC International training, cuyos componentes se definen como «humildes, inconformistas, honestos, curiosos y muy simpáticos» y cuyo CEO es mi sobrino Rufino Pozuelo, psicólogo, cuya compañía tiene sedes en Madrid, Barcelona, Andorra y Perú. Su madre nació en Villaralto, su padre en El Guijo y ahora votan en Cataluña. La globalidad y la pandemia han vuelto la vista a aquellos asilos, que eran el final, una especie de infierno social, convertidos ahora en residencias, que han cambiado esa mala percepción en sus moradores, y sirven, como dice Ángel Carmona, el director del colegio, «para paliar la soledad de los abuelos». Aunque la pandemia ha señalado la tristeza en los ojos de algunos de sus ancianos. Parece que no en la de Villaralto.