Ahora que el casco histórico revive su historia --un tiempo sin turistas-- empresarios y gentes de la hostelería han propuesto al Ayuntamiento la creación de un centro de interpretación de la gastronomía. Y precisamente en un sitio lleno en su día de curas, monjas, nobles, militares y gente llana donde la gastronomía era la cocina de los conventos, a donde irían a comer obispos, canónigos y beneficiarios de la catedral; de los caballeros y soldados, en cuyas residencias y cuarteles serían bien servidos; y la supervivencia de la plebe, que llenaba el estómago por calles, mesones y prostíbulos. El sitio elegido ha sido el que hasta ahora ocupaba el Instituto Municipal de Turismo, que se traslada a la Pérgola, Rey Heredia, 22, un espacio situado en una manzana corazón de Córdoba, antiguo colegio Julio Romero de Torres y pegado al convento de Santa Clara, mezquita en el siglo X y primer monasterio de religiosas fundado en Córdoba tras la reconquista, en el XIII.

Aunque Hostecor, las denominaciones de origen y entidades del mundo de la gastronomía -cofradías y academia- han mostrado su interés por Rey Heredia, 22, fue en enero de 1981 cuando el convento de Santa Clara «salió en los papeles» y casi reprodujo en Córdoba el filón periodístico italiano del sacerdote Don Camilo y el alcalde comunista, en este caso el obispo Infantes Florido y Julio Anguita, el Califa Rojo.

El alcalde comunista de Córdoba había cedido la entonces llamada mezquita de Santa Clara, o de Abu Odman, a la Asociación Musulmana del consejero real saudí Al Katani (o Ali Kettani), profesor universitario, con la intención municipal de atraerse simpatías de países ricos para que realizasen inversiones en Córdoba, ciudad a la que miraban con el cariño que les había transmitido la historia. Era el marco de las relaciones entre Córdoba y los países árabes que el Ayuntamiento trataba de estrechar. La entrega de llaves no significaba, según Anguita, la de la propiedad, al tiempo que recordaba que también se había cedido ya el morabito de los Jardines de la Merced a otra comunidad musulmana, «mandado construir para el culto religioso de las tropas musulmanas del ejército de Franco y que entonces ninguna jerarquía religiosa protestó». El obispo de Córdoba, José Antonio Infantes Florido, calificó de error histórico la cesión de ambas mezquitas a la comunidad musulmana y el alcalde le escribió una carta en la que se atrevía a darle el tratamiento inusual de «ciudadano Infantes Florido». «Yo quisiera tranquilizar al ciudadano Infantes Florido; no se preocupe usted, la decisión es perfectamente legal y totalmente dentro de las competencias municipales», decía Anguita en su carta, que terminaba con «tengo que decirle al señor obispo de los católicos cordobeses, con respeto, con muchísimo respeto, que recuerde aquello de los zapatos del zapatero y las once varas de la camisa. Atentamente. Su alcalde». Esta sonada actuación de Anguita, que Diario CÓRDOBA, todavía perteneciente a los Medios de Comunicación Social del Estado, y que dirigía Juan Ojeda, calificó como «la gran alcaldada», supuso la primera crisis de su gobierno, ya que el portavoz de UCD, Francisco Sánchez González, pidió la dimisión de Anguita y abandonó sus delegaciones de gobierno compartido.

En esta calle de Rey Heredia la historia sigue casi igual de atractiva. El monasterio de Santa Clara, lleno del misterio de las religiones, algo arreglado pero abandonado por moros y cristianos. El estudio del escultor Miguel Arjona, en el número 23, ya sin ese imaginero que contribuía con su inspiración a llenar de arte una calle que por arriba exhibe el de Pepe Espaliú, y continúa con el encerrado en el convento de la Encarnación y con el de la Casa del Judío, que rememora a su propietario Elie Nahmías, que la restauró y habitó por temporadas. Frente a Santa Clara, la calle Bataneros recuerda aquel mesón a donde don Juan Moreno nos llevaba los miércoles en la segunda clase de Economía, y, enfrente, en Osio, la casa de don Juan Font, un canónigo creador de Tipografía Católica y que siempre me suspendía en Física y Química. Casi al fondo de la calle, al lado de la de Cabezas, donde Paco Peña, el creador del Festival de la Guitarra, traía a veranear a Tony Blair, siempre me acuerdo de la invitación a entrar tras sus cristales que me hicieron aquellas chicas. Por donde el casco histórico revive la historia sin turistas.