Una de las señas de identidad que caracteriza a los españoles es tomar las riendas de los grandes problemas, o cualquier otra cosa que implique una responsabilidad, cuando ya queda poco tiempo o tras recibir un duro contratiempo que haga despertar y sacar toda la capacidad de uno mismo.

Esa fue la sensación con la que se fue el cordobesismo ayer, que comenzó, como su equipo, algo dormido y no solo por la hora de comienzo del partido. El Arcángel registró su asistencia más baja de esta temporada (9.875 espectadores). Como si se tratara de una película alemana de La 1, el lento ritmo del partido contagió a la grada. Ese fue el poder embaucador de un Elche que, poco a poco, generaba el runrún en el graderío, ya sea en forma de intervención de Carlos Abad o de balón a la madera. Una fortuna que tuvo el Córdoba que le hubiera gustado a Borja Martínez.

Aunque esos sustos, unidos a la falta de ritmo en el cuadro cordobesista, transformaron ese apaciguamiento en desesperación, como el que ve el precipicio de cerca. Y como buen español, el gol de Iván Sánchez fue el golpe definitivo a unos aficionados que se desesperaron y despidieron al equipo con pitos en el intermedio.

El tiempo del descanso sirvió para tomar calma y empezar a adquirir esa actitud positiva que llevara a su equipo a enmendar la situación, aunque ya solo restaban 45 minutos en lugar de una hora y media.

El Córdoba despertó de ese letargo y comenzó a asomarse por el área del Elche, transmitiendo una sensación de constancia que permitiría obtener, al menos, el gol del empate. Pero la diosa fortuna no quiso premiar a un Córdoba que ya utilizaba más el corazón que la cabeza, mientras que el Elche se limitaba a conservar su renta. Aun así, los ilicitanos provocaron algún que otro ataque de nerviosismo al aficionado blanquiverde, para desesperación, también, de Pacheta.

La hora y el Elche adormecieron, de inicio, a una grada que luego se indignó y animó, pero no se alegró

Los minutos pasaban y la impaciencia iba in crescendo en el graderío, y también en los que vestían de blanco y verde, pues hilaban jugadas con imprecisiones y altibajos. La ansiedad de la grada al ver que su equipo seguía perdiendo la pagó Piovaccari, primero y sobre todo, Quim Araújo en el segundo cambio. Ese fue el instante en el que la atmósfera bipolar pasó de una tónica negativa a positiva, ya que el equipo comenzaba a tener síntomas de que estaba vivo y quería conseguir el empate. Pero cada vez quedaban menos minutos.

La insistencia local llevó al delirio con el gol, otra vez, de Miguel de las Cuevas para poner el empate. Y mientras El Arcángel dudaba si despedir al exblanquiverde Javi Flores con sonidos de palmas o sinfonía de viento, los presentes empezaban a pensar, más que se perdieran 84 minutos, que quedaban seis más el descuento para obtener ese gol milagroso que llevara al delirio absoluto.

El hombre que comenzó a vislumbrar el camino a la victoria pudo convertirse en héroe, pero el manso remate de cabeza minó cualquier esperanza de una masa colectiva ya enfervorecida porque el milagro lo veía cerca.

Al final, el empate dejó el descontento que supone casi un mes sin saborear un triunfo y una temporada que va adquiriendo tintes de otras anteriores en las que también se optó por dejarlo todo para el final.

Es una estrategia válida pero a veces, no funciona.