Santiago Abascal trató de llevar el debate a su terreno. Criminalizó la inmigración, pidió la abolición del sistema de autonomías y trató de mostrarse como el mayor defensor de la seguridad de las mujeres. Todo ello sin éxito. Sus cuatro homólogos ignoraron todas las provocaciones del líder de Vox, pasando por encima y sin entrar a valorar sus afirmaciones, ni para apoyarlas ni para rebatirlas. Tan solo Pedro Sánchez le reprochó a Pablo Casado y a Albert Rivera la sintonía que mantienen con el dirigente de extrema derecha.
El bloque, centrado en las propuestas sociales, llevó una subida del tono al debate y la amplitud del tema permitió que PSOE y Unidas Podemos, por un lado, y PP y Cs, por otro, pudieran ajustar sus estrategias a sus deseos. Pablo Iglesias y Sánchez se enzarzaron en una competición por enumerar el mayor número posible de medidas sociales que pondrían en marcha si llegaran al Gobierno.
Mientras, Casado y Rivera, en respuesta a los reproches del líder socialista, se dedicaron a criticar los pactos que atribuyen al jefe del Ejecutivo con partidos independentistas y los problemas de estos a nivel social en Cataluña. Breve espacio reservaron ambos para sus programas electorales: el presidente del PP recordó la trayectoria de su partido y el jefe de Ciudadanos enarboló una reforma del sistema educativo.
