Mi amigo Manuel era un sintecho; quizás, el más veterano de los que conocí en la calle. No tenía casa, ni sitio donde guarecerse. Era de un pueblo donde había mares de olivos, y su familia no quería relaciones con él. Estaba solo en el mundo; su hogar era la calle, y su casa se reducía a una caja de cartón con unas mantas colocada en un apartado de la vía pública, casi, un soportal, al que se retiraba todas las noches después de haber estado todo el día pidiendo de rodillas en la acera de una gran calle, borracho.

La gente que pasaba por allí se apiadaba de Manuel y le daba monedas con las que satisfacía su afición por la bebida.

En las navidades, a las que temía más que a un lobo en mitad de la sierra, Manuel ya no quería ponerse en la calle a pedir, porque era tal la cantidad de dinero, que le daban, que pillaba unas «cogorzas» de campeonato.

- Con tanto dinero que me dan, me van a matar, me decía. No quiero la Navidad, ni en sueños. Y, allí, en la acera, de rodillas sobre el frío suelo, yo le traía algo caliente para comer, y lo acompañaba en su tristeza, contándome Manuel, sus grandes penas; sobre todo, la de su familia, que no lo quería ni ver, en su casa. Cuando se acercaba a ella, parecía que lo olían a lo lejos huyendo despavoridos cuando entraba en la calle. Yo fui testigo de aquello. Una Navidad lo llevé en el coche hasta su casa...

Ya de pequeño había trabajado en una bodega, y allí, empezó a tener contacto con el alcohol -del que se servía generosamente-, hasta que lo pusieron de patitas en la calle.

Un día de mucho frío, con el termómetro a muchos grados bajo cero, dicen que lo oyeron gritar pidiendo ayuda en medio de unos jardines. Si alguien oyó aquellos gritos de muerte, no se atrevió a entrar en la hondura del parque de gruesos setos y grandes árboles, por su oscuridad, y por temor a ser atacado.

Por la mañana, los operarios de la limpieza se encontraron con aquel hombre muerto, que murió solo, pidiendo una ayuda para seguir viviendo, sin que nadie se prestara a ello. Murió, y antes de morir, su vida pasó toda entera como un flash por su cerebro, en unos instantes, pensando, en lo poco que le quedaba de razón, que, a lo mejor, otra vida mejor, hubiese sido mejor.