Este viernes Sergio Mattarella tiene previsto pronunciar su último discurso como presidente de la República de Italia ante la ciudadanía. Su mandato, empezado en 2015, concluye en febrero, y el octogenario jefe de Estado, un veterano democristiano con un hermano asesinado por la mafia siciliana, ya ha hecho saber reiteradamente que no tiene interés en la reelección. La ‘patata caliente’ pasará en manos del Parlamento, el órgano que en Italia escoge a los presidentes, y que se espera que dentro de unas tres semanas —la fecha exacta podría fijarse la próxima semana— empiece a votar para elegir a un sucesor.

Sin embargo, las certezas se acaban más o menos aquí. Porque, pese a que la carrera para elegir al nuevo presidente comenzó hace meses y los diarios italianos ya han hecho correr océanos de tinta sobre el asunto, aún se desconoce el candidato con mayores posibilidades para ocupar el puesto de Mattarella. Como lo resumía el jueves el diario romano Il Manifesto: la discusión está “en un punto muerto”. Es un “enredo, de momento, inextricable”, comentaban desde las páginas de su periódico los obispos italianos. Casi pareciera que los partidos estén buscando un candidato 'Frankenstein', con sus peticiones opuestas, ha opinado la abogada y periodista Giulia Merlo.

De hecho, la muy hablada (aunque nunca confirmada por el interesado) candidatura de Mario Draghi, el actual primer ministro italiano, ha suscitado inquietud para la estabilidad del actual Gobierno y que se cumpla con lo prometido para la puesta en marcha de las reformas que pide la Unión Europea (UE). Mientras que el también ventilado nombre de Silvio Berlusconi ha suscitado protestas por quienes recuerdan que el anciano político-magnate encarnó la peor parte de Italia desde su ingreso en la política en 1994, la de los escándalos de corrupción, las chicas cosificadas y los exabruptos con Bruselas. De la misma manera, ninguna de las propuestas de posibles candidatas mujeres parecen, de momento, reunir la necesaria mayoría política que se necesita para hacerse con el puesto.

El árbitro de Italia

La razón de tal confusión es que, en la política italiana, el presidente de la República es una especie de árbitro. No se encarga de administrar cotidianamente el país, pero la Constitución le da grandes poderes cuando, por ejemplo, hay crisis políticas, puesto que es él el encargado de convocar elecciones, disolver el Parlamento y nombrar a los nuevos Gobiernos. Además, también vela para que lo aprobado por el Ejecutivo no sea anticonstitucional y, sin su firma, una ley puede no convertirse en tal. De ahí de que los partidos suelan inclinarse por presidentes de consenso, lo que, dicho en palabras pobres, significa que se suele buscar personas prestigiosas, pero que no estorben demasiado, respeten el equilibrio de todos los intereses en juego y, a la vez, sean capaces de capitanear el barco cuando éste no tiene timón.

Mattarella es el vivo ejemplo de ello. Juez constitucional, líder valorado y discreto, el viejo político tomó con firmeza las riendas del país toda vez que las cíclicas guerras de poder de la política abocaron en la caída de un Gobierno (un total de cinco Gobiernos se sucedieron durante sus siete años de mandato). La última vez fue hace menos de un año, cuando Mattarella se puso firme en sugerir a Draghi como primer ministro. Aunque tampoco le tembló la mano a la hora de tomar decisiones difíciles, como cuando, en 2018, rechazó como ministro de Economía a Paolo Savona, un economista euroescéptico cercano a la Liga de Matteo Salvini.