El papa Francisco y el patriarca Bartolomeo I expresaron ayer su "firme y sincera resolución" de intensificar esfuerzos para lograr "la unidad" de sus respectivas iglesias, la católica y la ortodoxa, separadas desde hace casi un milenio a causa del llamado Cisma de Oriente y Occidente.

Si bien existían, y aún existen, leves diferencias teológicas entre católicos y ortodoxos, el origen de la disputa fue más bien político y surgió de la división del Imperio Romano en dos polos de poder que competían entre sí por la primacía sobre el orbe cristiano: Roma, sede del Papado, y Constantinopla, capital del Imperio Bizantino. La ruptura se produjo en 1054 cuando los representantes del Papa y el Patriarcado de Constantinopla se excomulgaron mutuamente.

De ahí el gran simbolismo que tuvo ayer la participación de Francisco en la misa dirigida por Bartolomeo para conmemorar la festividad de San Andrés --patrón de los ortodoxos-- en la iglesia del Patriarcado Ecuménico, sito a orillas del Cuerno de Oro de la antigua Constantinopla (hoy Estambul), como punto final de la visita papal de tres días a Turquía. "Lo único que la Iglesia Católica desea, y que yo busco como Obispo de Roma, es la comunión con las iglesias ortodoxas", afirmó el Papa.

Existen aún problemas entre las dos iglesias, el primero de los cuales es que los ortodoxos no reconocen la primacía del Papa como lo hacen los católicos. El jefe de la Iglesia Ortodoxa, Bartolomeo, es un "primero entre iguales" respecto a los demás patriarcas y arzobispos. Pero este problema parece en vías de solución pues el Papa aseguró que no pretende imponer "ninguna exigencia (...) ni sumisión del uno al otro, ni absorción". La unificación parece cercana.