La guerra civil en Siria y sus salpicaduras en el Líbano, la violencia sectaria en Irak, la pugna sobre el programa nuclear iraní... Todos estos conflictos tienen sus propios orígenes y sus propias dinámicas, pero se han convertido también en el teatro de operaciones de una batalla subyacente: la que enfrenta políticamente al islam suní y al chií y en la que se dirime la supremacía regional en Oriente Próximo.

La Revolución islámica en Irán, en 1979, puso de patas arriba el orden estratégico imperante en la región. La caída del sah, fiel aliado de Occidente, trastocó los parámetros en los que entonces se escenificaba la guerra fría en Oriente Próximo y marca también ahora las alianzas en la zona.

El principal cisma del mundo musulmán se remonta a 14 siglos atrás, con la muerte del profeta Mahoma en el año 632 y la disputa por la sucesión en el Califato. En nuestros días la lucha es más política que religiosa. Y aunque la mayor parte de los musulmanes del mundo conviven de forma pacífica, pertenezcan a uno u otro credo, no faltan los movimientos extremistas que desde ambos lados atizan la violencia sectaria.

De los 1.600 millones de musulmanes que hay en el mundo, desde el norte de Africa hasta Indonesia, la gran mayoría, el 80%, son sunís. Pero la minoría chií, mayoritaria en algunos países de Oriente Próximo, disfruta hoy en día de importantes cotas de poder.

Algunos analistas han desarrollado el concepto del "creciente chií", trazando un arco, en forma de cuarto creciente lunar, que va desde Irán hasta el Líbano (donde la milicia chií Hizbulá juega un papel determinante), pasando por Irak y Siria. Describen así la formación de un frente chií que, con Irán a la cabeza como potencia dominante, aspira a la hegemonía regional.

En Siria, casi el 70% de la población es suní pero desde 1970, con la llegada al poder a través de un golpe de Estado de Hafez el Asad, padre del actual presidente, Bashir el Asad, el país está gobernado por una familia perteneciente a la minoría alauí, una secta chií. Este pulso por la supremacía regional explica el apoyo sin titubeos de Teherán al régimen de Asad.

En el polo opuesto del pulso por la supremacía regional, tratando de poner coto a la influencia iraní, se hallan Arabia Saudí y otros países del Golfo, como Catar y los Emiratos Arabes Unidos. Son ellos principalmente quienes han venido armando a los rebeldes sirios que tratan de derrocar a Asad.

El pulso por la hegemonía en Oriente Próximo explica también que las ambiciones nucleares de Irán causen tanto o más pánico si cabe en Arabia Saudí que en Israel, aunque Riad no lo explicite tan públicamente. En el 2008, el rey Abdulá pidió a EEUU que "cortara la cabeza de la serpiente"; o sea, que atacara a Irán para detener su programa nuclear, según revelaron las filtraciones de Wikileaks. Un Irán convertido en potencia nuclear desbarataría los equilibrios estratégicos en la región.