Aestas alturas de la precampaña francesa --faltan menos de tres meses para las presidenciales-- François Hollande parece un cohete. El que se autodenominó "candidato normal" ha logrado afianzar su estilo, austero pero no distante, firme sin ser prepotente, con un toque de ironía, frente a un Nicolas Sarkozy cuyo capital de simpatía y de credibilidad se encuentra en un estado tan anémico como las cuentas del Estado.

Todos los esfuerzos del presidente para remontar en las encuestas han sido hasta ahora insuficientes. Desde que ganara las primarias socialistas, el pasado octubre, Hollande se mantiene en cabeza en todas las encuestas con una ventaja de entre tres y siete puntos respecto a su rival. De acuerdo con los estudios de opinión, si hoy se celebraran las elecciones el aspirante socialista ganaría de calle.

Hollande, por quien pocos apostaban incluso tras la caída de Dominique Strauss-Kahn, se ha convertido en el hombre que ha sabido estar en el lugar y en el momento. Los intentos de la derecha de desacreditarle por su fama de blando y su supuesta falta de coraje se han vuelto en contra de sus rivales. Tras el discurso de lanzamiento de su campaña y el debate que mantuvo la noche del jueves en televisión con el ministro de Exteriores, Alain Juppé, los franceses han descubierto el lado combativo y determinado de Hollande, así como su capacidad dialéctica.

Un sondeo realizado entre los ciudadanos que siguieron el debate --cinco millones de espectadores-- dio vencedor a Hollande con un 53% de opiniones favorables frente al 45% cosechado por el experimentado Juppé. Los intentos del titular de Exteriores de desestabilizar a su interlocutor, acusándole de "falta de lucidez" y de "arrogante", no cuajaron. "Sobre este aspecto, cada uno debe hacer su examen de conciencia", respondió con retranca el candidato socialista, en alusión al carácter de Sarkozy.

EL MEA CULPA Sarkozy intentará compensar la balanza mañana por la noche en una entrevista televisada en directo, anunciando medidas para combatir la crisis. Víctima de los efectos de la situación económica, pero también de su carácter sanguíneo y excesivo, el jefe de Estado busca reconciliarse con los