Con los ojos empapados por la bruma que emana de la nostalgia despidieron no más de ochocientos aficionados los 47 años de historia del estadio de El Arcángel, en un maratón futbolístico que, aunque obtuvo un escaso eco en el cemento de los graderíos, ofreció momentos que el cordobesismo tardará en olvidar. El sevillano Bravo, de penalti, a tres minutos del final del carrusel balompédico, obtuvo el privilegio de anotar el último gol en el viejo campo ribereño.

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