Aunque nadie lo diría viendo a Rajoy jurar de nuevo su cargo, la política española ya se parece muy poco a la de hace unos cuantos años. Se está produciendo un gran cambio. El último hito del mismo es la crisis del PSOE, uno de los dos pilares del sistema vigente hasta ahora. Y que ya ha trazado un rasgo crucial de la nueva situación: el que sanciona que en mucho tiempo, tal vez definitivamente, los socialistas no volverán a ser una alternativa de gobierno a la derecha.

Ese es el dato que más influye en el estado de ánimo de sus cuadros y militantes. Aunque el PSOE no haya emprendido aún una reflexión sobre las causas y consecuencias de su declive imparable, su gente sabe que se ha producido. Y el trauma que ha supuesto comprobar que el pasado de éxitos y de ventajas ha quedado definitivamente atrás ha alterado todas las actitudes y hace muy difícil encontrar una salida al actual marasmo.

El Partido Socialista carece de un proyecto ilusionante para el conjunto de sus gentes, al calor del cual se podría rebajar la tensión interna. Y no va a tenerlo en un horizonte temporal previsible. Por lo mismo no tendrá un liderazgo fuerte que arrastre al colectivo hacia el futuro. El próximo congreso no va a tapar esos huecos. Será un mero recuento de estado de la relación de fuerzas en un partido dividido.

La situación política general se va a ver afectada por eso. Es muy posible que la abstención socialista permita al PP superar la votación de enmiendas a la totalidad del presupuesto. Pero los socialistas díscolos pueden pesar mucho en el debate sobre su contenido. O cuando se aborde la reforma de pensiones. Y Rajoy puede encontrarse con un PSOE dividido cuando le pida apoyo para afrontar la cuestión catalana.

Con un congreso como el actual, un escollo difícilmente superable puede aparecer en cualquier esquina del recorrido del Gobierno. Y el lugar común de que unas nuevas elecciones reforzarían al PP puede ser falso. Rajoy manda, sí, pero no tanto como algunos creen.