La pancarta más repetida decía solo esto: No . Un no de diversos tamaños, pero siempre en negro sobre fondo blanco, que simbolizó la enmienda a la totalidad que ayer llevaron a cabo los miles de manifestantes que intentaron rodear el Congreso de los Diputados. No a los recortes, no al Gobierno, no al conjunto de las instituciones y, sobre todo, no a la clase política. Fue una convocatoria mucho más crispada, aunque también mucho menos numerosa, que las que surgieron tras el 15-M. Entonces, las protestas tenían un componente de cierta ilusión, y en algún momento los manifestantes incluso pensaron que podían llegar a cambiar algo. Ahora no tanto. Quienes acudieron a la cita (6.000 personas, según la Delegación del Gobierno) pidieron, básicamente, la dimisión del Gobierno en su conjunto.

Fue una tarde muy tensa. Empezó con suavidad, y al comienzo pareció que el 25-S (nombre dado a esta cita, por la fecha de su celebración) se iba a quedar en poca cosa, pero pasadas las seis de la tarde la plaza de Neptuno, el lugar más cercano a la Cámara baja al que la Policía permitió llegar a los indignados, estaba repleta.

Hubo dos grandes cargas policiales, que recogieron en sus ediciones digitales los principales medios extranjeros. La primera, cuando los manifestantes intentaron burlar el cordón. Y la segunda, cuando los agentes ampliaron el perímetro de seguridad. Entonces hubo numerosos disparos de pelotas de goma y porrazos, y el enfrentamiento derivó por instantes en batalla campal, dentro de una jornada que al cierre de esta edición se había saldado con 26 detenidos y 64 heridos de diversa consideración.

No fue el punto y aparte que los convocantes pretendían, pero la imagen quedó allí: el Parlamento de un país sumido en una profundísima crisis, y quizá a punto de ser intervenido, cercado por miles de personas que, entre otras consignas, gritaban "¡el golpe de Estado está del otro lado!" y "¡no nos representan!".

CALMA EN EL HEMICICLO Y mientras, el pleno del Congreso transcurrió con normalidad. Más de 1.300 agentes antidisturbios, llegados de casi toda España, convirtieron el edificio y las calles adyacentes en una fortaleza inexpugnable. La mayor parte de los diputados contemplaron la protesta con una mezcla de perplejidad, estupor y preocupación. No así los de Izquierda Plural, que a media tarde visitaron a los manifestantes. El líder de Izquierda Unida, Cayo Lara, fue recibido con algún pitido y abucheo. "Habrá quien se enfade o nos tache de oportunistas --reconoció--. Pero si a los que somos del pueblo nos da miedo el pueblo, ¿qué leches hacemos como representantes públicos?".

Los enfrentamientos prosiguieron en la estación de Puerta de Atocha, en cuyo interior varios agentes de la Policía Nacional dispararon pelotas de goma