En el Renacimiento se mostraron las primeras colecciones de curiosidades, instrumentos y artefactos científicos. Han llegado a nuestros días microscopios y telescopios que se fabricaban muy ornamentados para ser expuestos en vitrinas de particulares.

A partir del siglo XIX se hicieron populares las exposiciones y museos científicos, siendo decisivos en el modo en que la gente contemplaba la ciencia y el mundo natural.

Fueron pioneros el Museo de Filadelfia o la Galería Nacional de Ciencia Práctica de Londres. En ambas se exponían muestras naturales, artilugios mecánicos y científicos y curiosidades exóticas que causaban la sorpresa ante un público que dudaba si lo expuesto era realidad o ficción.

Su cometido, además de lucrativo, era proporcionar una cultura popular sin profundizar en los fundamentos teóricos. El talento victoriano para montar espectáculos científicos vivió su momento decisivo cuando en 1851 se inauguró la Exposición Universal de las Artes y las Industrias de todas la Naciones en el Hyde Park de Londres. El propio edificio del evento, el Crystal Palace, era una proeza de los conocimientos en arquitectura e ingeniería. Se mostraron motores electromagnéticos, vajillas plateadas mediante electrólisis, pilas diversas, equipos fotográficos, telescopios y otros aparatos. Causaron admiración las fotografías de la superficie lunar realizadas por W. C. Bond, astrónomo de Harvard. Tal fue su éxito que se creó el museo de Historia Natural, cuyo director Richard Owen, inventor de la palabra dinosaurio, mostraba no solo como eran sino como se comportaban estas criaturas extinguidas.

Tener un buen museo era una fuente importante de orgullo cívico. En ciudades de toda Europa y Norteamérica los museos de ciencias representaban valores científicos y de progreso.

Hasta bien entrado el siglo XX se organizaron Exposiciones Universales como las de Dublín, París o Filadelfia en 1876, donde se presentó el teléfono por su propio inventor, Alexander Graham Bell. En la de 1901, en Buffalo (Nueva York), se utilizó la energía de la recién inaugurada central eléctrica de las cataratas del Niagara para iluminarla y hacer funcionar los ingenios allí presentados. Importantes empresas eléctricas como Westinghouse o Siemens competían por llevar a cabo las exhibiciones más llamativas.

Ser la sede de estos eventos generaba un enorme orgullo internacional. Chicago y Nueva York tuvieron sus exposiciones antes de la segunda guerra mundial. En ellas se plasmaron las esperanzas de que la tecnología y la ciencia fueran una fuerza impulsora del progreso social y económico de las naciones.

En Sevilla, la exposición Iberoamericana de 1929 fue un hecho decisivo en el desarrollo de la ciudad. Como recuerdo nos queda la muestra que sobre la imprenta abarcó desde la invención por Gutenberg hasta las últimas tecnologías conocidas a finales de esa década y el peculiar tren Liliput, cuya máquina está expuesta en la Estación de Santa Justa.

En la actualidad, los museos y exposiciones científicas están presentes en las principales ciudades del mundo, aunando el arte, la cultura y el conocimiento científico, y tienen como objetivo la proyección en los visitantes de estímulos basados en la interactividad manual y mental.

No se limitan a mostrar objetos o fenómenos naturales sino que hacen imprescindible el "prohibido no tocar". En definitiva, propician la conversación entre individuo y naturaleza, y reciben miles de visitantes anualmente. En Andalucía contamos con el Parque de las Ciencias de Granada y el Centro Principia de Málaga.