Es una noticia suficientemente conocida por anunciada y repetida: la primera subida de tipos oficiales del Banco Central Europeo en once años se producirá el próximo 21 de julio en la reunión mensual de su Consejo de Gobierno y la segunda, será en septiembre. La pregunta, sin embargo, ya no es cuanto, al menos se sabe que la intención es de 0,25 puntos en la primera cita y, con el escenario actual, 0,50 en la segunda. 

La cuestión es, a partir de ahí, hasta donde puede llegar el regulador europeo con las subidas sin que provoque una desaceleración del crecimiento e, incluso, la tan temida recesión. Porque es de ello de lo que está hablando ya abiertamente, de recesión, en la eurozona dado que la inflación ni da, ni se espera que dé tregua en el segundo semestre de este año y el próximo. 

De hecho, las previsiones del BCE, que se hicieron públicas el pasado jueves marcan un IPC medio del 6,8 por ciento en 2022 y del 3,5 para 2023. 

Esto supone rebajar el crecimiento para este año al dos por ciento en un escenario donde crecen las adversidades, fundamentalmente ya por las consecuencias de la guerra de Ucrania, cuyo desenlace es lo más parecido a un enigma indescifrable. 

La presión al alza de la cotización del euribor a doce meses refleja las tensiones presentes y las que están por llegar. Esta semana, ya ha sobrepasado el 1,1 por ciento y la media acumulada de junio (hasta el 22) está en el 0,78. Todavía queda margen para la escalada hasta ese uno de media. 

En el BCE dicen insistentemente que no subirán los tipos más allá de donde comiencen a frenar la economía, pero el margen se estrecha cada vez más porque las economías pierden fuelle a marchas forzadas. El verano se antoja más que nunca como una pausa necesariamente autoinducida.