Hay tres debates económicos cuyos resultados finales están cantados pero la retórica de la función los mantiene vivos a la espera de la ocasión propicia para cerrarlos de una vez, o no.

Empleo, pensiones e impuestos son, por este orden de desenlace, los grandes hitos para que la economía española toque tierra y remonte el vuelo o se quede varada por mucho tiempo.

Son los caballos de batalla, las viejas reformas estructurales, que condicionan la actividad al margen de los fondos europeos, las transición energética y el salto tecnológico.

Sin un marco laboral moderno (el paro es una maldición bíblica); sin un gasto social equilibrado (la deuda no puede crecer indefinidamente) y sin unos impuestos acordes con la renta del país (no somos tan ricos como nos creemos con arrogancia) hay poco margen de maniobra para sacar partido a esta última oportunidad de transformación que son los fondos UE.

La nueva política, esa que tenía que haber enriquecido y depurado los debates tradicionales de política económica hasta llevarlos al siglo XXI ha devenido en un bluff espectacular donde la apariencia y la emoción ocultan el mantenimiento de una arquitectura institucional sobrepasada en el tiempo.