La pasión no entiende de números. No hace mucho que el club aseguraba que «creía en las matemáticas» y el castañazo fue de tal calibre que esta ciencia pasó a segundo plano en El Arcángel. Por eso nadie se sorprendió ayer cuando los 400 aficionados que presenciaron ayer el Córdoba-UCAM Murcia Córdoba-UCAM Murciaen el coliseo ribereño dieron constancia de sus ganas de animar y no solo en los momentos decisivos.

Cuesta mucho entrar a El Arcángel y verlo tan vacío. El coronavirus ha apagado muchas voces. Las unas, porque han sido frenadas por la enfermedad. Y las otras, las que acudían cada domingo de partido por la ribera hasta el estadio cordobés, porque tienen vetado el acceso. Los aforos limitados llevan al Córdoba a jugar en casa sin ese apoyo tan especial que es reconocido por todas las aficiones del país y que tantos puntos le ha dado a su equipo durante muchas temporadas.

Una sensación diferente

Es triste, muy triste dejar el coche en un aparcamiento de albero prácticamente desierto y avanzar hasta las puertas de El Arcángel sin ese rumor de pasos. Sin esas conversaciones entre abuelos y nietos, entre padres e hijos. Sin esas previas en los bares cercanos al centro comercial. Sin esas banderas y bufandas al viento en las proximidades del recinto deportivo. Sin los abrazos de aquellos que apenas se conocen fuera del fútbol pero que cuando llegan al estadio se convierten en los mejores compañeros de grada.

Al acceder por los vomitorios a las gradas de tribuna la sensación es aún más dantesca. Apenas unos pocos cientos de cordobesistas acomodados con una hora de antelación en sus asientos y con la sensación constante de que este deporte, el fútbol, sufrirá como pocos las restricciones sanitarias por la dichosa y maldita pandemia.

El gusanillo del directo

Pero, curiosamente y de forma casi inexplicable, el gusanillo de verse en el estadio iba animando poco a poco al personal. El encargado de la megafonía ponía de su parte en ese resurgir paulatino. Canciones clásicas mezcladas con los grupos más conocidos de la ciudad y con los grandes éxitos anglosajones. El tema Córdoba de Medina Azahara retumbaba en unos altavoces que, tan fuertes como sonaban, parecían pedir a los 400 valientes, a los 400 agraciados, que se unieran a la mini-fiesta.

Iban haciéndolo. El sonido de las cabinas de radio y el teclear de los ordenadores de los redactores de prensa escrita se iba mitigando. En lo alto de la tribuna de El Arcángel comenzaban a escucharse, primero tímidas y luego más valientes, las palmas de los aficionados. La orquesta comenzaba a funcionar. Nunca será igual un estadio vacío que uno lleno de vida y más cuando se trata de El Arcángel. El lastre de no tener a más de 10.000 cordobesistas en las gradas lo arrastrará el conjunto de Sabas durante todo el campeonato. El técnico madrileño, conocedor de esta circunstancia, lo dice asiduamente cada vez que comparece ante los medios.

Pero, poco a poco, lentamente, el ambiente iba siendo poco a poco el de un partido de fútbol. No el de la bacanal de las grandes noches ni tampoco el de los menús del día contundentes de las victorias competidas. Pero era un pequeño aperitivo. Pareciera que los 400 asistentes querían que cuando llegara el momento del himno los jugadores notasen su presencia. Que no sonase el himno blanquiverde de forma desangelada.

El himno, momento de unión

Y funcionó. Muchos debieron emocionarse cuando las 400 gargantas acompañadas de las bufandas al viento y de los gestos cómplices de los hinchas entre sí corearon el himno a la salida de ambos equipos. No entienden de números, desde luego que no. Si en una afición las matemáticas son las mendigas de la ciencia es en la del Córdoba. El constante desafío a la realidad de parte de la ilusionante marea blanquiverde. Un desafío a la ilustración científica.

Por muy duras que vengan, por muy grande que sea la deuda del club. Ahí siempre estuvo el cordobesismo. Por eso ayer, con un proyecto nuevo e ilusionante, con un equipo que demostró en las dos primeras jornadas pinceladas de ser un bloque competitivo, no podía fallar. Y no lo hizo. Nuevamente negó la mayor. Renunció al hecho de que solo eran 400. Y puso todo su esfuerzo para que los jugadores notasen que estaban de su lado, detrás suya, soplando para que la pelota de Javi Flores entrara y no diera en el larguero.

Dio en el larguero. No entró. Pero los jugadores acabaron el partido y corrieron al centro del campo a despedirse de la afición cordobesista. Barroca y humanista. No cree en los números. No reconoce la derrota aunque sean 20.000 los asientos vacíos y 400 los ocupados. Y ayer los hinchas que vieron el partido desde casa, a través de Footters, tuvieron que envidiar de lo lindo a los 400 sortudos que parecieron 4.000.