El domingo salió desapacible. El cielo no cambió en toda la tarde. Tan solo perdió un poco de luz, pero se mantuvo igual de plomizo. En el aparcamiento de bicicletas, habitualmente lleno, ayer tan solo había dos. Quizá no fuera el mejor día de fútbol, pero son estas jornadas tan grises, incluso con una ligera llovizna al salir de casa, las que serán recordadas en junio, si este Córdoba acaba logrando algo grande. Será de estas tardes de las que luego el verdadero aficionado pueda presumir. Cuando pase el invierno, ya al calor de la primavera, recordará. Yo estuve allí . Y se acordará de la lluvia de Guadalajara, del frío ante el Numancia, del viento frente al Sporting, de la pitada del Recreativo. Se acordará de todas las inclemencias, las meteorológicas y las deportivas. Pero podrá presumir de que siempre estuvo allí.

Aunque lo hiciera a su manera, con la hora al cuello y la lengua en el suelo. "¡Venga, que siempre vas corriendo!", le sonrió el portero al chico, que voló por la rampa de la tribuna mientras guardaba su carnet. Desde fuera, el himno también suena y levanta la piel. 14.005 espectadores están enganchados al Córdoba.

Quizá no fuera el mejor día. No había más que seguir la evolución de un señor en la grada que en el minuto 25 empezó a avisar. "No hemos tirado a puerta, eh". Y justo llegó el primer gran abucheo contra el árbitro, que sacó de quicio a todos. "Está claro a lo que ha venido".

Aunque aquel hombre seguía a lo suyo. "Su portero no ha hecho ni una parada, ni una". Así se llegó al descanso, en el que Koki se permitió el lujo de tocarle el trasero a Alberto García. La película seguía. Con un matiz. "Hemos tirado una vez, solo una vez; una". Era el minuto 51. No se le volvió a escuchar en la siguiente media hora.

En ese periodo el estadio intentó cantar el himno y una vez más le salió duplicado, mientras el equipo acumulaba ocasiones. "¡Que no puede ser, que eso no se puede fallar!", bramó el hombre en los instantes finales. "Albertito, nos vamos a ir, que esto no hay quien lo gane", le decía un padre a su hijo, mientras la tensión aumentaba, en la grada y en el césped.

Al final, hubo explosión de alegría, de rabia, pero en el aparcamiento de bicicletas ya solo quedaba una. Quizá alguien se perdiera la locura del epílogo, como otros se perdieron el prólogo, pero realmente, lo importante era ver la película. Corriendo, sin aire, con lluvia, con frío, sin sol. Sea como sea, pero estar. Como estuvieron esos 14.005 espectadores que se marcharon henchidos de adrenalina.

"¡Qué bueno el final!".