No pudo empezar mejor el partido. Tampoco pudo continuar peor. Fueron dos sensaciones extrañas dentro del mismo periodo de juego, el primero, en el que España cobró ventaja con ese piececito milagroso y oportuno de Torres y se puso a sufrir durante la última media hora por ese descontrol del control habitual que marcan nuestros centrocampistas, con situación y toque.

Los sabios, que hay un montón, dirían que se veía venir el empate sueco, pero la verdad es que los rivales controlaron esa última media hora, cruzaron el área de Iker, pero el meta madridista no tuvo que hacer ni una sola parada de mérito. El gol fue obra de ese talentoso gigante al que llaman Ibra. No más.

Fue este un primer tiempo que, si se produce en la segunda parte, puedes llegar a perder el partido. Pero de todas esas dudas, de ese desconcierto, sacamos lo mejor.