Sin saber muy bien de dónde diantre ha salido, agazapada como tantas otras veces, de noche y en silencio, Italia ya anda husmeando la final, lista para honrar la memoria de las otras Italias y acabar con el cuento de Alemania. Los italianos no han abierto la boca y vuelven a estar donde siempre sin que nadie les haya visto llegar, como si se hubieran colado hasta semifinales por un atajo. Así que el anfitrión no está tranquilo. Le espera un gato con siete vidas. Pero para Italia también se ha hecho de día; a Alemania, triple campeona como ella, no se la gana de cualquier manera.

Si Marcello Lippi fuera Scolari, metería al equipo en una sala y le pasaría una vieja película. De la Alemania de 1970, que en el fondo es la Alemania de ahora y la de siempre, la Alemania que nunca se rinde. En esa cinta, una semifinal como la de hoy, que ha pasado a la historia como el partido del siglo, juega la Italia de Gianni Rivera, el bambino de oro, que se puso por delante a los 7 minutos con un gol de Boninsegna y se echó atrás el resto del partido. Como toda la vida. Hasta que en el último minuto, Schnelliger, forzó la prórroga. Entonces, la película se desboca.

Con Beckenbauer jugando con la clavícula rota, con el gol de Müller y el empate de Burgnich, con Luigi Riva adelantando otra vez a Italia y con el Torpedo apareciendo otra vez (3-3), en un despiste de Rivera que, como casi todos, a esas alturas ya era un defensa más. Entonces, el portero Enrico Albertosi le pidió cuentas a su compañero por ese error y, según cuenta la leyenda, El bambino de oro le tranquilizó: "No te preocupes, ahora voy al otro área y arreglo otra vez las cosas". Tardó dos minutos en cumplir esa promesa y en dar el pase a la final, que perdería ante Brasil, el Brasil de verdad, no el que decía llamarse así en Alemania y que ya está en casa avergonzado.

Jürgen Klinsman podría pasarles la misma película a sus chicos, una película que parece imposible que se repita en los tiempos que corren, pero una prueba más de lo que era, es y será siempre Italia. Un mal enemigo, uno de los peores, al que además nunca ha ganado en un Mundial. Dos empates y dos derrotas, la del 70, y la de la final del

82 en España (3-1). En medio de estos malos precedentes, el anfitrión ha encontrado un aliado en el escenario, el Westfalenstadion de Dortmund, donde de los 14 partidos que ha disputado ha ganado 13 y ha empatado 1.

Tiene otro aliado de más peso. La confianza de un equipo que se siente capaz de todo después de haber enterrado los complejos que le rodeaban antes de empezar. Ahora, por ejemplo, nadie le da importancia al último amistoso entre ambas selecciones, un doloroso 4-1, que disparó la alarma y puso a Klinsmann más bajo sospecha de lo que estaba.

Ayer, Michael Ballack incluso se refirió a ese precedente con un punto de ironía. "Con la selección perdimos 4-1, con el Bayern también perdimos 4-1 ante el Milan, en realidad, no tenemos ninguna posibilidad. Todo apunta a Italia y eso es maravilloso", dijo, provocando risas de Klinsmann. "Es ridículo comparar ese partido con una semifinal del Mundial. Pero los alemanes nos

pasa a la página siguiente