CRÍTICA TEATRAL

Auroras, gala y presunción del cielo

'La niebla' en el Teatro Góngora de Córdoba

Quevedo y Góngora durante la obra 'La niebla'.

Quevedo y Góngora durante la obra 'La niebla'. / CÓRDOBA

Tres velas no dan luz a un escritorio con plumas que no escriben versos: se han olvidado. Una mesita con un vaso y una jarra de vino quedan cerca del proscenio, pero el líquido no se puede beber. Demasiado ácido y ya marchito, en un tiempo que no es el suyo. En el lateral opuesto, otra mesa se anquilosa en sus recuerdos. La luz cae para volver cenital sobre los contornos de dos nombres: Francisco de Quevedo (interpretado con carisma y convicción por Juan Carlos Garés) y Luis de Góngora (encarnado, desde la cercanía de una tierra querida, por Chema Cardeña). Aparecen sentados en cada escritorio como dos cuerpos abstraídos de su contexto. Pero no lo saben, vidas soñadas. 

Se inicia así, con versos proyectados sobre la única superficie consciente y vertical, La Niebla. Es la obra creada, dirigida y protagonizada por Chema Cardeña, quien también ha diseñado un espacio escénico que dibuja la doblez en el estado de cosas: en las dos voces, en las percepciones de sitio (casa o jaula, Córdoba o León), en las del tiempo vivido y olvidado, en la parcialidad del escenario y en la abertura hacia su interior de un segundo espacio de cama. La iluminación diseñada por Pablo Fernández contribuye a esta fragmentación temporal: luz blanca para la soledad de un rostro, y anaranjada para un presente evocado en compañía. 

"Ninfas que habitan dentro de dos ríos"—escribió Quevedo. Chema Cardeña propone y colorea una semiología de la reiteración del tiempo. La isotopía de una niebla ensombrecida que revive, con la calidez de la palabra y su movimiento gracioso, gestos y escenas de un pasado consumado. Las poesías se recitan nuevamente, como si el olvido fuera su operador de tiempo y ahora sean vividas, otra vez y distintas. Se disfrutan las afrentas dos veces, en lo que dura una corta vida sin saber su extensión tras la muerte. Por esta lógica interna de lo doble, sólo dos poetas aparecen ante nosotras. Las otras figuras hablaran sin compartir el suelo, en un aire entrecortado y óptico. Se trata de los discursos de Lope de Vega (interpretado por Manuel Valls), Jusepa Vaca, la Gallarda (Rosa López), María de Zayas (Iria Márquez) y el rey Felipe IV (Saoro Ferre). Imágenes amargas de envidia, misoginia y racismo. Recuerdos de seres y amigxs queridxs, de teatro vivido en un Madrid que sólo existió para quien lo vio. Cardeña refuerza la expresión del sentido con un texto que centra, entre las dos voces, una estética del mirar sin mirar, del ver sin ver. Porque no son los ojos los que eligen el enfoque, casa o exilio vistos, sino la memoria consciente. Polvo enamorado, querrás hacer poesía para gozarte sola, o quizá para denunciar la corrupción desde la tierra, su sociedad y suciedad. 

La niebla tiene dos caras. Te re-afirmas, calambur de ficción en el teatro y compromiso con el trazo histórico. Dos lucientes estrellas, presente encuadrado desde el pasado. He visto el Sol en breve espacio de cielo. Este teatro habla a las estrellas de Venus que viven mirando con crítica el presente porque no han olvidado el pasado que lo enhebró. Recuerdos y poesía, arte y poder. Morir no es fallecer, imágenes de humo. ‘Que visten rayos de luto | por cuantas vidas han muerto’—Luis de Góngora.