Historia
La vida de Leopoldo de Luis en la posguerra
El investigador Juan Ignacio Trillo presenta 'La herida de Leopoldo de Luis en el paraíso del sur', libro en el que relata el paso del poeta por un campo de concentración en Jimena de la Frontera (Cádiz)
Los agostos en Jimena de la Frontera (Cádiz) eran felices. En 1939, el poeta Leopoldo de Luis (1918-2005), nacido en Córdoba, llegó maniatado con alambres en un vagón de tren para ganado. En la estación de ferrocarril, junto a su compañero en el camino hacia su aprisionamiento en el campo de concentración de la localidad, suplicó a dos chicas por un poco de agua. Bebieron una jarra y, tiempo más tarde, los cuatro formaron una familia a la que unió la guerra y un destino de cuyos enrevesados lazos nace la nueva vida de uno de los autores más importantes de la lírica española.
En esa felicidad hallada debió inspirarse Juan Ignacio Trillo, economista e investigador histórico, para escribir La herida de Leopoldo de Luis en el paraíso del sur, obra que atestigua la huella que Jimena de la Frontera dejó en el poeta y relata el año de cautiverio que Leopoldo de Luis vivió en aquel pueblo del Campo de Gibraltar, tras haber batallado en el ejército de la república y haber caído en manos de los vencedores de la Guerra Civil española. La obra ha sido presentada este lunes en la sede del Ateneo de Córdoba.
Durante aquel año privado de libertad, con "dialéctica" y viveza, como explica su hijo, Jorge Urrutia, pudo ejercer de escribiente. Cuenta Urrutia que su padre solía decir: "Las batallas que no puedes ganar no las libres". Y, con esa aprendida entereza, pasó la guerra y su posteriores consecuencias para terminar dejando atrás cinco años perdidos. Tanto es así que el poeta no dejó de volver al lugar en el que conoció las represalias de la contienda y el amor. "Era muy feliz cuando iba a Jimena", recuerda su hijo.
Allí, se desprendió del apellido paterno con el que firmaba los primeros versos y nació el poeta. Aquel que dejó un legado, que comenzó con Alba del hijo (1946), de más de 40 obras y una decena de premios. De Luis rehizo su vida en Madrid, donde trabajaba para una aseguradora y frecuentaba el Café Gijón, estafeta de literatos. Leopoldo, que había estudiado además en el módulo para menores de la Residencia de Estudiantes de Madrid, compartió versos y, sobre todo, amistad con poetas como Miguel Hernández, con quien coincidió primero en Madrid y, más tarde, en Alicante.
Si en Jimena de la Frontera encontró un paraíso, con Córdoba mantuvo un profundo amor que, como reconoce su hijo, le llevaba a enorgullecerse cuando al final de su vida, en sus visitas a la ciudad, le tildaban de cordobés. Y lo era, no solo por haber nacido y pasado parte de su vida, sino porque su padre, el abogado e intelectual cordobés Alejandro Urrutia le transmitió ese sentir. En 2004, recibió la Medalla de Oro de Córdoba, con la que descansó en paz en su lecho de muerte.
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