Gonzalo Fernández de Córdoba (Montilla, 1453-1515), llamado El Gran Capitán, fue un militar al servicio de los Reyes Católicos en los últimos años de La Reconquista española. Pertenecía a la casa de Aguilar, y se formó entre la tradición guerrera de la frontera andaluza y la corte real española.

A los doce años, en 1465, fue conducido a la Corte como paje del infante Alfonso, futuro rey Alfonso XII. Tres años después, con la muerte de Alfonso, volvió a Montilla para trabajar junto a su familia. No es hasta en 1476 que salió por segunda vez de su casa para instalarse en la Corte de los reyes Isabel y Fernando, convencido de que el parentesco con el Rey, por vía de los Manrique, le abriría las puertas del servicio al Estado.

Gonzalo tuvo un importante papel en las Guerras de Granada (1480-1492) gracias a sus innovaciones tácticas en el campo de batalla que superaban la guerra medieval de choque entre líneas de caballería por la mayor maniobrabilidad de una infantería mercenaria encuadrada en unidades sólidas. Esto le convirtió desde muy joven en el jefe militar más destacado de la corona. Además, participó como embajador con el rey Boabdil el Chico de Granada. Estos servicios fueron premiados con la encomienda de la Orden de Santiago.

Completada la Reconquista de Granada , Isabel y Fernando lo destinaron a Italia, donde participaría en un larga guerra por la hegemonía de la región contra Francia. La invasión francesa de Nápoles reclamaba la herencia de la Casa de Anjou, respondida con una campaña de dos años dirigida por Fernández de Córdoba, que derrotó a los franceses, dividiendo el territorio napolitano y reponiendo al monarca, perteneciente a la familia real aragonesa. Los éxitos de estas batallas le valieron el sobrenombre de Gran Capitán y el título de Duque de Santángelo.

Fernández de Córdoba, que se hallaba combatiendo a los turcos en Cefalonia, fue llamado nuevamente para dirigir las tropas españolas cuando el expansionismo francés reabrió la disputa en 1502. Los españoles, aun inferiores en número, se alzaron con la victoria comandados por el cordobés. Nápoles pasaría al dominio completo de España, siendo Fernández de Córdoba su gobernador.

La muerte de la reina Isabel la Católica en 1504 marcó el inicio de la caída en desgracia del Gran Capitán. Su enfrentamiento con Fernando el Católico alcanzó un punto culminante a raíz del Tratado de Blois , por el que el rey devolvió a la Corona francesa las tierras napolitanas que Fernández de Córdoba había expropiado a los príncipes de la Casa de Anjou y había repartido entre sus oficiales. En 1507 Fernando viajó a Nápoles para tomar posesión de su nuevo reino, momento en que cuenta la leyenda que exigió al Gran Capitán que rindiera cuentas de su gestión financiera; en todo caso, fue depuesto como gobernador de Nápoles, adonde nunca regresó a pesar de sus protestas.

El cese de su cargo y su regreso a España incrementaron su fama y leyenda, sobre todo tras obtener de la reina Juana un puesto en la Administración al concederle la tenencia de la fortaleza de Loja como alcalde de la ciudad. Fernández de Córdoba convirtió Loja en un observatorio de la política nacional y de la internacional; una pequeña Corte a la que acudían celebridades del campo de la literatura.

En esos años finales, vividos en Loja, mantuvo una importante correspondencia con el cardenal Cisneros y otros grandes del reino; recibió la visita del futuro gran historiador florentino Francesco Guicciardini y mantuvo firme la Corte como señala su secretario de esos años, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo. A petición de sus amigos y de su secretario, Juan Franco, reformó su testamento, permitiendo que en su identificación se coloque el título de «Gran Capitán» y aceptando que su cuerpo descanse en el monasterio de los Jerónimos.