Y no nos estamos refiriendo a la vieja aspiración de la física contemporánea. Hablamos de Alfred Schnittke. De ascendencia judía, nacido en 1934 en la Unión Soviética, pero en la República Autónoma de los Alemanes del Volga, su juventud transcurrió en Viena, junto a su familia, donde descubrió su vocación musical y configuró su mundo referencial en el clasicismo más nuclear (Mozart, Haydn...). Su primer contacto instrumental fue con el acordeón, campeón de lo popular y lo exótico, de la música antielitista. Finalmente, en Moscú, completó sus estudios musicales, ingresando en el circuito de compositores de vanguardia soviéticos de la generación post-Shostakovich, que disfrutaron de una mayor apertura hacia el eclecticismo y la experimentación pasados los tiempos del férreo terror stalinista. Dedicó mucho tiempo a la composición de bandas sonoras de cine. Aun así, su obra, digamos, seria es ingente. Murió en 1998 en Hamburgo, donde se instaló para enseñar en su Conservatorio, joven —63 años—, tras más de una década de continuos problemas de salud.

Si el gran Igor Stravinsky encontró en el descubrimiento del pasado la manera de dar continuidad a su obra —«fue una mirada hacia atrás, por supuesto, la primera de las muchas historias de amor en esa dirección, pero era además una mirada en el espejo»—, Schnittke miró hacia atrás, hacia delante y hacia los lados en una suerte de gran unificación diacrónica y sincrónica de la música en todos sus estilos, todos sus géneros: culto y popular, contemporáneo y antiguo, de género o experimental. El resultado es una obra camaleónica, impredecible, un lenguaje musical dificil de fijar. Un Zelig de la música. Schnittke lo llamó «poliestilismo», y era una demostración de una gran curiosidad y una gran capacidad.

Ecléctica obra de espiritualidad atea

Para Schnittke, los materiales de la composición musical no son sólo los sonidos y los ritmos en un sentido físico sino todos los estilos, todos los géneros, toda la historia de la música. En cualquier caso, permea en todo el conjunto de su ecléctica obra una espiritualidad atea, valga la paradoja, una querencia por lo fragmentario, la tendencia al silencio, y un ánimo que oscila entre la desesperación y el sarcasmo.

Prueba de esto son las dos obras programadas por la Orquesta de Córdoba. La Suite en estilo antiguo aprovecha materiales melódicos procedentes de algunas de sus bandas sonoras para confeccionar una especie de simulacro de suite de danzas barrocas. Moz-Art á la Haydn, sin embargo, es una humoresque que toma como base la inacabada Pantomima musical kv.466 del compositor salzburgués. Sinfonías de Mozart y Haydn —31 París y 31 Tonada de trompa, respectivamente–, que no necesitan presentación, completan el programa del quinto concierto de abono, que será dirigido mañana jueves, en el Gran Teatro, por la joven directora Virginia Martínez en sustitución de David Reiland y estará dedicado a la concejala recientemente fallecida Amparo Pernichi.