“No cumple con el estereotipo de cantautor triste, ¿sabes?”, comenta una de las asistentes. Le cuenta a una conocida que durante sus sesiones de quimioterapia, en una casa en el campo, ella llevaba siempre unos cascos por los que salían las canciones de El Kanka. “Me encantan, me animaban muchísimo”, explica. Tiene el pelo corto, unos ojos brillantes encima de la mascarilla. Su mirada no parece muy distinta del músico que se coloca en el centro del escenario acompañado de ovaciones, aplausos, un gran foco. El desarrollo del repertorio revelará más adelante que bajo esa actitud de payaso irónico, descreído, hay un Juan Gómez sensible a las pequeñas injusticias cotidianas de la existencia. Pero antes inicia el concierto con Sabéis quiénes sois, compuesta en plena pandemia para aliviar los reencuentros que tardaban en llegar.

“Qué peshá gente. Una maldita alegría, un puto placer estar aquí”, saluda el cantante. Qué bello es vivir desata el torrente de coros y palmas. Todo el mundo la conoce y Kanka, poco caprichoso, da al público el espacio que se merece en los estribillos. Avanza entonces por la cronología de su discografía, hasta 2015, cuando nace la romántica Querría, con esa poesía sencilla a la que cuesta no sucumbir por su cercanía a los lugares comunes: Qué ya es primavera en el Corte Inglés, que he pedido una caña y me han puesto tres, que parece que se ha puesto de moda el amor otra vez.

El tema Guapos y guapas se presenta como una reacción a la cultura del cuerpo llevada al extremo mediante las redes sociales. “Nuestros antepasados nos dejaron la filosofía de mens sana in corpore sano, pero en Instagram parece que muchos se olvidan de cultivar la mente”, reflexiona con socarronería el artista. El ukelele y el contrabajo eléctrico se solapan con los silbidos y las palmas, que no paran. En estos instantes es donde Juan Gómez Canca deja ver su pasado como estudiante de filosofía, del que aprendió sobre todo a poner por bandera el hedonismo. Al entonar A dieta de dietas, hablando de un cous cous en su punto y una paella llena de gambas, de nuestras barrigas sebosas y estrías monstruosas descendiendo bajo las rayas de la hamaca en verano, no solo reivindica la naturalidad de los instintos primitivos, sino también su belleza. El Kanka pone en la cima de lo estético una camisa de manga corta sobre una barriga cervecera.

Un mejunje animado, frenético, que podrían bailar unos enamorados o tu abuela en las fiestas del pueblo

Los instrumentos aúnan los sonidos del ska, el reggae, el jazz, el chotis, los boleros, el tango y las chirigotas con una naturalidad difícil de creer. Un mejunje animado, frenético, que podrían bailar unos enamorados, como efectivamente lo hace una pareja de las primeras filas, o tu abuela en las fiestas del pueblo, sin que por ello deje de aparecer un solo de saxo de los que provocan mariposas en el estómago.

No faltan las imprescindibles Vengas cuando vengas, en la que se echa en falta la voz de Carmen Boza casi tanto para que su ausencia eclipse la puesta en escena, Canela en rama y Lo mal que estoy y lo poco que me quejo, renovando las ganas de escuchar la versión de Amaia Romero al piano. Confesión, Con las ganas y Volar despiertan la intuición de que la cara más festiva del artista en Andalucía y Payaso solapan bien con las pequeñas, no por ello insignificantes, historias tristes. Esta es la propuesta agridulce de un cantautor anclado en todas las épocas y en ninguna. Un rostro que ríe y llora al mismo tiempo, como todo buen payaso. 

Un público entregado

Después de que un acomodador haya llamado por tercera vez la atención de un grupo que no puede evitar levantarse a bailar, invitan a El Kanka a cerveza y el artista pregunta “¿No tendréis también flamenquines, no?”. Cuando suenan Por tu olor, Para quedarte y Me gusta, hay tantos cuerpos de pie que el acomodador se rinde. No se puede parar los pies de un pueblo entregado a la tradición ancestral de la verbena, tanto como para seguir entonando “otra, otra, otra…” hasta después de los bises. “Es el concierto número cuarenta y uno de este año”, reacciona agradecido el cantautor, “y los más liantes sois ustedes”.

Muchos llaman a ese hombre grandote y barbudo trovador, para otros es un poeta; muchos piensan que ambas cosas. No existe discusión en la calidad de la guitarra de Álvaro Ruíz, la batería de José Benítez, el bajo de Pedro y el talento sinvergüenza de Carlos al piano, el acordeón y el saxo. Pero mientras exista una sola persona en el mundo cuyo sufrimiento esté mitigado por unas notas, un poema, un chiste, una tapa, merecerá la pena que de pronto empiecen a salir trovadores de debajo de las piedras.