Puede uno imaginar el enfado de Picasso en 1950 cuando su pareja de entonces, Françoise Gilot, le dijo al artista que no le gustaba una de las joyas que él mismo había creado y que le había regalado: un colgante de plata con una cabeza cornuda, de nombre Sátiro. «Pesa demasiado», se atrevió a comentarle. Ahora custodiado en una vitrina del Museo Picasso de Barcelona, no era ni mucho menos la primera que le ofrendaba: una imagen tomada por el fotógrafo Bressaï testimonia la existencia de otro colgante grabado por el malagueño en 1946; es la figura de unos diez centímetros de un fauno femenino, también con cuernos y sentado como una esfinge. Contaba Gilot que era un hueso que el pintor recogió en un paseo juntos por la playa en el sur de Francia. «Esta es la costilla de Adán, te grabaré en él una Eva», le dijo. Son dos de las anécdotas íntimas que esconden algunas de las 86 piezas, muchas de ellas nunca expuestas, de la singular muestra Picasso y las joyas de artista, que hasta el 26 de septiembre explora una de las facetas menos conocidas y estudiadas del artista.

Como huevos de Pascua | Una serie de medallones grabados en arcilla. MARÍA D’OULTREMONT

«Son piezas únicas o bien de las que existen muy pocos ejemplares, porque fueron concebidas como regalos para amantes, familiares o amigas. Son joyas de amor y amistad», señala el director del Museo Picasso, Emmanuel Guigon, que comisaría la muestra junto con Manon Lecaplain, quien apunta que se trata de «objetos íntimos, no obras públicas, que hacen al artista más accesible y permiten entender las relaciones de Picasso con los demás como termómetros y catalizadores de emociones».

Un arduo trabajo

Muchas de las joyas creadas por Picasso, poco documentadas, se han perdido o están en colecciones privadas difíciles de localizar, lamenta Lecaplain, que con este proyecto, reflejado en el catálogo de la muestra, ha identificado y descifrado todas las conocidas a día de hoy.

El inicio de lo que el propio Picasso calificó de «verdadera pasión» hay que buscarlo en 1936, cuando se enamoró de Dora Maar y se lanzó a crear joyas para ella. Primero compraba colgantes, anillos y broches en los mercadillos y rastros de Royan y antes de regalárselos los grababa, pintaba o dibujaba. Mientras, Maar, como ya hizo con el Guernica, documentó fotográficamente el proceso creativo del pintor.

Luego, en los veranos que pasaron en el sur de Francia, Picasso recogía conchas, huesos, piedras o cristales de mar para decorarlos con un cuchillo o con pinceles, según le inspirara la forma de cada objeto, con animales, minotauros o figuras de mujeres, que Maar conservaba «como talismanes». Picasso le dijo a Brassaï, a quien pedía que fotografiara todas aquellas creaciones: «Quizá debería volverlos a lanzar al mar. Cómo se extrañaría la gente que encontrase aquellas piedras grabadas con extraños símbolos. Serían auténticos rompecabezas para los arqueólogos». Pero no los lanzó, y muchas de estas obras de arte en miniatura ahora lucen en las vitrinas del museo que lleva su nombre.

También por la playa francesa paseó Picasso con Françoise Gilot. En la de Golfe-Juan, en 1948, les fotografió Robert Capa, ella luciendo un icónico collar de varias piedras rescatadas del mar, la central, con un búho grabado, y que es una de las estrellas de la muestra. No falta la anécdota íntima: el collar evoca la lechuza herida que ambos habían cuidado en su propia casa.

Una forma de experimentar

Prueba de que las joyas eran también para el malagueño una forma de experimentación de técnicas y materiales, es su descubrimiento de la cerámica, con Gilot, en 1949, en Vallauris, en el taller Madoura, regentado por el matrimonio Ramié, de cuyo horno saldrían piezas estampadas en terracota con motivos mitológicos, centauros, faunos, toros o caballos. Como los 16 medallones de arcilla que lucen en una vitrina junto a la cesta de mimbre en la que el propio Picasso los regaló, acolchados en paja, como si fueran huevos de Pascua, a su última mujer, Jacqueline. Las únicas joyas con metales preciosos, oro y plata, que hizo el pintor fueron con ayuda de su dentista Roger Chatagner.

La exposición, abierta hasta el 26 de septiembre, cuenta con una segunda parte con piezas de los siglos XX y XXI creadas por artistas como Meret Oppenheim, Man Ray, Dorothea Tanning, Dalí, Giacometti, Alexander Calder, Lucio Fontana, Louise Bourgeois, Jacqueline de Jong, Niki de Saint Phalle, Yoko Ono, Janine Antoni y Miquel Barceló.