"¿Debe ser así?... ¡Así debe ser! ¡Así debe ser!", anotó misteriosamente Beethoven en el margen superior del manuscrito del Finale de su último cuarteto de cuerda, el opus 135. Del último concierto de abono de la Orquesta de Córdoba salimos pensando, como el imperativo beethoveniano, "¡así deben ser! ¡Así deben ser!" Un programa lleno de obras raras y exquisitas, voces de categoría, orquesta trabajada y entregadísima, transmitiendo seguridad y musicalidad, y al frente, un músico de prestigio internacional, serio y riguroso, que presentaba sus credenciales como director, Carlos Mena.

¿Y cómo lo hizo? Puede que el secreto esté en la respiración. Me explico. Los viejos maestros (Böhm, Karajan, Giulini...) dedicaron sus años de formación metidos en el foso operístico antes de dedicarse plenamente a la música sinfónica. De esa forma aprendían el arte de acompañar la respiración del cantante, un conocimiento sumamente útil para guiar con éxito las intervenciones solistas en la orquesta. Sirvan los ejemplos recientes de Barenboim, que nunca ha dejado de hacer ópera, o del maestro de Mena, el contratenor belga René Jacobs, que vive una triunfal etapa como director de orquesta.

Respirar en música es disponer del tiempo necesario para atacar de manera adecuada técnica y expresivamente la entrada. Cuando la orquesta, o las voces, respiran, todo adquiere una forma natural y fluida. Mena guió todo el concierto con una dirección, diríamos, amorosa y atenta a la respiración, destacando la expresividad, el ritmo y las intensidades sobre el análisis sonoro. Otra cosa es que la Orquesta, por calidad, alcanzó la transparencia, con unas cuerdas que seguramente dieron su concierto de la temporada, a pesar de la aspereza acústica del Gran Teatro.

A una atmosférica Tarde de verano de Kodály, siguieron tres bellísimas canciones de Grieg, donde dimos cuenta de la gran musicalidad y los recursos líricos de la joven soprano Jone Martínez. A continuación Mena cantó la folk song Dives and Lazarus acompañado del arpa, y, acto seguido, acometió las variaciones de Vaughan Williams con una elegancia y emoción que comenzó a encender al público. Con el Stabat Mater de Pergolesi culminaba la sesión en todos los sentidos.

Destacamos el doloroso inicio, el lacerante Cujus Animam, la arrebatada la fuga a duo del Fac ut ardeat cor meum, el tratamiento plástico del Fac ut portem o el mortuorio Quando corpus morietur, que presagia en forma y desolación al mismísimo Requiem de Mozart. El público ovacionó en pié a orquesta y solistas desde el último acorde. El arte de saber respirar.