Las secciones de trompa de las orquestas del mundo nunca deben olvidar el año 1800 cuando Beethoven conoció al virtuoso Giovanni Punto. "Sopla fantastique", dijo de él Mozart años antes. Pensando en Punto y sus posibilidades escribió Beethoven la sonata para trompa y piano opus 17, y ambos se embarcaron después en una breve gira en la que el compositor tomó conciencia de las posibilidades del instrumento para dar color a su música, cosa que así hizo para alegría de la melomanía y para desgracia de quien lo interpreta. Por eso, tras los acordes iniciales de la obertura Fidelio, la emborronada y feble entrada en dolce de las trompas nos sacó por un momento del concierto y nos hizo acordarnos del señor Punto. Así ocurriría durante gran parte del concierto.

Carlos Domínguez Nieto, alla Bernstein, hizo breves alocuciones al público entre pieza y pieza, introduciendo datos historiográficos sobre la composición de la única ópera beethoveniana. También contó que lo inicialmente programada para celebrar el 250 aniversario en 2020 era, nada menos, la Missa Solemnis, obra imposible montar a día de hoy por cuestiones de seguridad pero que no abandona el reto. Y un alegato sobre la dificultad de hacer cultura en estos tiempos, y más si eres una orquesta, que mereció el aplauso del público.

Dicho esto, sobre la música, diremos que las tres oberturas Fidelio, Leonore I y Leonore II discurrieron por los senderos habituales de orquesta y director. Fueron interpretaciones vivas, de gran flexibilidad rítmica, matizadas, expresivas y con gran atención a los detalles y a las intensidades. Admirable fue, a modo de ejemplo, la manera de Domínguez Nieto de recoger el volumen de la orquesta para que los chelos entonaran su frase melódica en cierto instante de Leonore II.

Tras la interpretación de Leonore II, cabía la posibilidad de que atacar directamente la Leonore III generara cansancio por la repetición de temas y materiales. Para evitarlo, orquesta y director ofrecieron una sorpresa a modo de interludio: el canon a cuatro voces Mir ist so wunderbar de Fidelio en versión instrumental. Fue un momento tan mágico, tan bello, con la cuerda a tope, que, como Florestan, sentimos la entrada del sol de la primavera en la lúgubre mazmorra de ansiedad y cansancio en la vivimos estos días. Los músicos, galvanizados por la poesía que ellos mismos desplegaron, ofrecieron después una Leonore III rotunda y dicha de un solo trazo, menos coloreada que sus hermanas menores pero más compacta, más sinfónica, con unas trompas seguras, transfiguradas (!), que clavó al público al asiento y lo llevó al éxtasis final.