«Promotor, dj, empresario, delineante, y, sobre todo, currante de la noche cordobesa», así se define él. Nació en Córdoba el 28 de marzo de 1972 y lleva desde 1989, cuando se inició como pinchadiscos en el pub Rocktámbulo, «sin haber cogido antes un vinilo en mi vida», ligado a la música y los conciertos. «Mi cuñado y propietario del local me hizo subir a la cabina y emprender un viaje que aún no ha terminado», confiesa.

-Antes de nada, me gustaría saber ¿de dónde le viene el nombre de El Chino, ese apodo por el que le conoce todo el mundo?

-Lo de El Chino fue un mote del colegio, me lo colocaron en quinto de EGB y me acompaña desde entonces; en esa época se ponían muchos motes, ahora parece que hay más mala leche.

-Empezó en Rocktámbulo. ¿Por cuántas salas ha pasado desde entonces?

-Uf, después de tres años allí, estuve como dj en varios locales... Donde, Estoque, Disorder y, a mediados de los noventa, recalé en la Peña Egabrense Fragel Rock, donde estuve cuatro años y medio. Ahí empezaron los primeros conciertos, no como organizador sino como encargado de la sala donde hice mis primeros contactos con grupos como Deltonos, Enemigos, Sex Museum o Albert Pla. En 2001, después de dos años en Mallorca, empecé como encargado de la sala Áfrika, por donde pasaron las mejores bandas del panorama nacional. Allí hice muchos contactos con grandes oficinas que me abrieron a otro campo. En octubre del 2002, me embarqué con un buen amigo y socio como empresario de The FreakTown, con el que abrimos un espacio a los directos de grupos cordobeses, recogiendo el testigo del Level, compaginando sus conciertos con grupos de rock and roll de gran parte de Europa, Estados Unidos, Australia y Japón. Aquello era un antro de rock and roll y punk. Aquella historia acabó siete años después y de ahí, pasé a Stratocaster hasta que en abril del 2012 empecé a trabajar como programador de la sala Ambigu Axerquia.

-La sala Ambigú ha ido evolucionando con los años, pero sigue fiel a la programación de rock, que no parece vivir su mejor momento.

-La sala empezó como la cafetería del teatro y tenía una barra en medio. Los primeros años fueron raros a la hora de montar conciertos, pero vino gente interesante como Lagartija Nick, Maga, Guadalupe Plata, aunque era muy extraño porque tocaban encima de la escalera. A los dos años, pudimos negociar con el IMAE las obras de acondicionamiento. En cuanto al rock, está en tiempos bajos aunque pasa como con los grupos indie, hay que acertar con la receta. Nosotros apostamos mucho por el rock and roll y tenemos en esos conciertos un público medio de cien personas. En cambio, si traes a Punsetes o Maga... ya te vas a 250 o más. El rock está en fase plana, los grupos que están saliendo nuevos tienen rock por detrás, pero acaban con mucho teclado, indie, bases electrónicas y no llega a ser rock como pudo ser en su día Rebeldes, Mermelada o Los Enemigos, que sigue en el candelero.

-¿Cuál es el grupo que más le ha costado negociar?

-A Ilegales quisimos traerlos en su momento, casi lo traigo, pero cuando salió el documental de Las Hormigas, pegó un subidón y aunque lo tenía apalabrado para el 2015, ya me fue imposible porque buscaban salas de más de 500 personas y el Ambigú tiene 385 de aforo. Traer a los grupos a Córdoba es difícil. Córdoba es una plaza muy complicada, lo bueno es que estamos en una situación geográfica muy buena y somos sitio de paso para muchas bandas. Málaga nos ha quitado el primer plano en diez o doce años. La gente prefiere bajar a Málaga, Granada y Sevilla que a Córdoba. Cuesta llenar las salas y luego hay géneros como el blues que aquí son minoritarios. Este año ha venido Lucky Peterson al Festival de la Guitarra y había 500 personas, para ver a una banda de lujo.

-¿Cuál es el concierto en el que peor lo has pasado porque fue muy poca gente?

-Lo pasé muy mal en el de Santiago Campillo, el exguitarrista de Mclan. Ha venido dos veces y ha pinchado las dos. Para mí es uno de las mejores guitarras de España y aquí no gusta. Aquí hay cultura musical, pero somos muy peculiares, y yo me incluyo.

-¿Cuál es la fórmula de éxito para llenar una sala en Córdoba?

-No hay, después de tantos años, puedo asegurar que esta es una ciencia inexacta, no hay receta mágica. El público de Córdoba es complicado y, además, pasa una cosa, en esta ciudad tenemos una agenda cultural bestial. Al que diga que no, es para darle con la mano abierta. Todos los fines de semana hay de cinco a seis conciertos. A veces, he llegado a contar 12 entre pubs, salas medianas, pequeñas y más grandes. Por eso pasan cosas como traer a Lichis, de La Cabra Mecánica, que llena salas y aquí solo vengan 60 personas. Las fechas son fundamentales y en Córdoba hay una serie de meses en los que cada fin de semana hay un gran evento. Este año, desde Semana Santa hasta Riomundi, no hemos parado.

-¿Cuántas personas pasan al año por los conciertos del Ambigú?

-Programamos unos 40 conciertos y viene una media de 150 personas. Viene gente muy variada, no hay un público fijo; a la gente la traen los músicos.

-¿Los grupos reclaman salas pequeñas?

-Depende, el indie; grupos como Viva Suecia o Morgan piden salas más grandes porque son los que atraen a más de 400 personas. El resto pide salas pequeñas y, sobre todo, el centro de las ciudades. A las bandas ya no les gusta ir a los polígonos industriales.