ENTREVISTA | Magali Etchebarne Editora y escritora

Magali Etchebarne

Magali Etchebarne. | LSABEL WAGEMANN

Magali Etchebarne. | LSABEL WAGEMANN

Magalí Etchebarne (Buenos Aires, 1983) estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y trabaja como editora. Publicó relatos en revistas literarias y antologías, el libro de cuentos ‘Los mejores días’ (2017) y el libro de poemas ‘Cómo cocinar un lobo’ (2023). Con ‘La vida por delante’ (2024) ha ganado el Premio Ribera del Duero de Cuentos.

¿Vive usted para contar cuentos?

¡Ojalá! No vivo de la escritura y tampoco podría decir que vivo para escribir, o que no podría vivir sin escribir. Tampoco sé si sería infeliz sin la escritura, de lo que sí estoy segura es de que no tendría de dónde agarrarme, por dónde escapar, cómo hacer para no aburrirme. El cuento es un género que me fascina, los escritores que más me gustan son cuentistas, encuentro en esa forma y esa brevedad una potencia que siempre me estremece al leer.

Leídos sus cuentos, ¿el mundo sigue siendo un lugar habitable?

Creo que estos relatos habitan mundos que la mayoría conocemos. La incomodidad, el dolor, la frustración, el duelo, la tristeza forman parte de la vida. Me interesó imaginar personajes demorados ahí, para quienes no fuera tan fácil seguir adelante. Si pienso en la situación de haber terminado de leerlos, no creo que haya finales del todo felices en estos cuentos, aunque tampoco creo que se trate de finales catastróficos. La sensación agria, incómodamente conocida de un domingo a la noche podría ser una sensación para definirlos. Es decir, asoma la pena, pero hay que seguir. Algo que aparece literalmente en el último cuento.

El título, ‘La vida por delante’ (2024), ¿sugiere más, o da pie a que el lector crea esa posibilidad de sus historias?

«Tenés toda la vida por delante» era algo que solía escuchar mucho cuando era más joven, (ahora cumplí cuarenta y la gente se contiene más de decir esas cosas). Y lo que me pasaba cuando lo escuchaba es que no lo creía demasiado, me parecía una frase que intentaba aplacar mis sufrimientos o mis inquietudes y que me invitaba a entregarme al destino, como si el destino por sí mismo siempre resolviera para bien. Claro que al final es lo que uno hace, entregarse, no se puede controlar nada, pero me fastidiaba enormemente esa expresión. Sobre todo porque pensaba: sí, es cierto, por delante puede haber una vida, pero puede ser una vida infernal y más todavía si no logro quitarme de encima esto que me aguijona hoy. En el libro también funciona como una frase de «aliento» que una madre le dice a la novia de su hijo que acaba de morir; la chica se salvó del accidente y ahora está postrada. Y esta suegra la consuela diciéndole eso. A mí me resultaría antipático, es una forma de querer bajarle el volumen al presente y te deja sola.

¿El cuento «Piedras que usan las mujeres» es el retrato de la vida de una mujer contemporánea?

Lo pensé más que nada como un relato sobre el peso de una madre, lo que significa crecer escuchando ese coro de moiras que son una madre y sus amigas y lo que padecen, lo que están dispuestas a hacer para sentirse mejor, superar algo, sanar, verse más jóvenes, detener el avance inexorable del tiempo. Incluso cosas ridículas. Crecer bajo una gran madre, por momentos asfixiante en sus padecimientos, y luego, al final, ser ella la madre de su madre. En el tercer cuento el peso de esa madre se vuelve físico, la hija la carga en brazos y luego la arroja al mar como piedra.

Las dos mujeres de su segundo cuento, ¿protagonizan una escapada de la rutina o es un reencuentro, en realidad?

Las dos cosas. Esos escapes de la rutina funcionan en todos los relatos como la promesa de alejarse de una situación incómoda, aunque, de cualquier modo, estos personajes terminan enfrentándose a sí mismos y a sus fantasmas. Alejarse de lo conocido contiene la ilusión de que serán otros, distintos, las cosas se aliviarán; le pasa a la madre en el primer cuento cuando se va a la playa a «sanar», a la pareja del final también. Pero esos desplazamientos los terminan enfrentando a sus propios abismos.

¿La muerte, desde un punto de vista, tanto real como literario, marca nuestra vida?

Creo que sí, es lo que nos iguala. «La pálida muerte llama con el mismo pie a las casas de los pobres y a los palacios de los reyes». Aterra y a la vez debería ser lo que impregne de sentido estar vivo. Y las muertes de personas amadas, como aparecen en los cuentos, generan procesos trabajosos para quienes tienen que superarlas.

Las relaciones humanas, las de pareja, ¿han cambiado con el paso del tiempo, o reproducen a etapas anteriores que ya conocíamos?

Creo que hacia adentro de las parejas los problemas permanecen, se han sumado nuevos, pero replicamos lógicas bastante antiguas. Me gustaba explorar la ida de un matrimonio como un zombie que sobrevive a todo, el matrimonio como un degollado que pasea su cabeza por el pueblo, como escribió Lorrie Moore.

¿La atmósfera creada en estas historias le permite obtener una visión de conjunto de todos y cada uno de los relatos?

Hay un clima común entre todos, me parece. Juan Casamayor definió a este libro como una suerte de rosa de los vientos donde cada uno de los relatos apunta en una dirección y, sin embargo, contienen vínculos subterráneos, atmósferas compartidas, vaivén de personajes y objetos.

¿Qué sufren más sus personajes, el dolor o la muerte?

La vida, sufren de vivir. «Siempre en mi infancia, en mi adolescencia y después, por bastante tiempo, sufrí de vivir», escribió con agudeza Silvina Ocampo en ese hermoso relato que es «Nueve perros».

¿Ese continuo movimiento de sus personajes obedece a una estrategia narrativa, o una suerte de perspectiva psicológica que determina sus actitudes?

Esos desplazamientos que realizan los personajes los predisponen, u obligan, a enfrentar la vida, moverse, o al menos intentarlo. Son movimientos que desatan la acción y el conflicto, o iluminan revelaciones. Tiendo a pensar que las vacaciones, los viajes que hacemos lejos de casa, suelen ser, en general, un paréntesis de los días y pueden llegar a condensar lo mejor y lo peor de lo que somos, de lo que cargamos, como si todo estuviese bajo la lupa. Seguimos siendo los mismos solo que en otro lado. No poder evitar ser quien se es podría ser una definición de los personajes de estos cuentos.

La crítica ha señalado el humor en sus relatos, ¿qué importancia le otorga pese a ese aire de pesimismo y orfandad humana?

Me sorprendió para bien que se leyeran así, me generaba muchas dudas, sé que he introducido desvíos, formas de decir para aliviar lo que se cuenta, pero no estaba segura de haber conseguido «humor». Me parecía importante desdramatizar, reflejar que somos capaces de reírnos incluso en los peores escenarios, que podemos y necesitamos hacerlo, la vida que insiste.

¿Qué significa para una joven narradora argentina ganar el Ribera del Duero?

Antes que nada, muchas gracias por lo de joven. Es una alegría inmensa, fue una sorpresa. No voy a olvidar nunca esa mañana en la que recibí el llamado de Juan Casamayor para decirme que había ganado, me daba cuenta de que me estaba pasando algo muy importante.

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