ENTREVISTA | María Jose Navia Escritora

"Me gusta trabajar las oraciones, prestarle atención al sonido de las palabras"

La escritora chilena ha publicado la colección ‘Todo lo que aprendimos de las películas’, diez relatos que configuran un libro con historias rodeadas de melancolía

María José Navia.

María José Navia. / ISABEL WAGEMANN

María José Navia (Santiago de Chile, 1982), magíster en Humanidades y Pensamiento Social, es autora de las novelas ‘SANT’ (2010) y ‘Kintsugi’ (2018), de las colecciones de cuentos ‘Instrucciones para ser feliz’ (2015), ‘Lugar’ (2017, finalista del Premio Municipal de Literatura) y ‘Una música futura’ (2020) y de la novela infantil ‘El mapa secreto de las cosas’ (2020). Acaba de publicar en Páginas de Espuma, la colección ‘Todo lo que aprendimos de las películas’ (2023).

¿Dónde deberíamos percibir mejor la oscuridad?

Depende. Hay distintas oscuridades y, por lo mismo, distintos lugares donde percibirla (mejor o no). El cine es un buen lugar porque es una oscuridad que cobija y que permite la maravilla, también una intimidad muy especial, por eso tiene un espacio importante en mi libro de cuentos. Me gusta esa idea de una oscuridad compartida, de ser vulnerables juntos y entregarnos (rendirnos, casi) a la maravilla de una historia.

¿Cine y literatura se complementan en sus cuentos?

Claro, siempre. Están en conversación constante. O, al menos, es el cine y la literatura que a mí más me interesan.

¿Dónde podemos encontrar más silencios, en la palabra o en la imagen?

Ambas trabajan en/con el silencio, solo que de distintas maneras.

La crítica califica sus relatos de melancólicos, ¿está de acuerdo con esa puntualización?

Sí, entendiendo siempre que nada es solo una cosa. Hay melancolía en ellos, siempre, pero también se asoman otras melodías, me parece (o espero).

¿Cómo se siente más cómoda, fabulando de una manera extensa o en la brevedad del relato?

En la brevedad del relato. Me permite trabajar de manera más minuciosa y tengo un método que se acomoda perfectamente a él. Yo termino un cuento y lo leo en voz alta para grabarlo en el teléfono celular y luego lo escucho por días, por semanas, y voy editándolo de a oídas. Con la novela eso no se puede hacer y, ahora que estoy terminando una novela, parte de la dificultad fue precisamente buscar/encontrar otra forma de trabajar. Hasta el minuto ha sido muy poco práctico, ja. Cada día releo todo lo que llevo hasta llegar a la página en la que voy y solo entonces sigo. Me parece importante avanzar llevando encima toda la historia, todas las páginas. Hasta el momento no me aburro pero es un proceso de avance muy lento.

¿El lenguaje constituye la esencia misma de sus cuentos?

Claro que sí. Es su materia prima y preciada y preciosa. Me gusta trabajar las oraciones, prestarle atención al sonido de las palabras y qué sucede cuando pongo una junto a la otra. De ahí la importancia de grabarme como parte central de mi proceso creativo.

Su visión de la maternidad o de la paternidad es diferente de otros referentes contemporáneos suyos.

Hay muchísimas visiones sobre el tema, cada escritora o escritor mira esto desde su esquina, con sus ojos y experiencias a cuestas y, en ese sentido, todas y todos estamos haciendo algo distinto. Lo que sí puedo decir es que a mí me interesan particularmente las experiencias del «casi»: la casi maternidad, la casi paternidad, la cercanía de esas experiencias (los intentos de/por ser padre/madre, los vínculos que van más allá de la relación familiar tradicional, etc). Y quizás escribo sobre eso porque no lo veo tanto en lo que leo. Quizás...

Sus personajes insisten en una búsqueda continua, ¿experimenta con los personajes esa fragilidad humana que los caracteriza?

Supongo que sí. Aunque yo nunca imagino a mis personajes. Solo veo las palabras que los conforman, con ellas trabajo. Pero el lenguaje también es esa mezcla de búsqueda y de fragilidad.

¿Predomina lo imprevisto en sus relatos?

No sé si «predomina», pero siempre hay algún elemento imprevisto. Es una de las cosas que me mantiene a mí entretenida escribiendo (y espero que al lector leyendo, también). Yo nunca sé más que la primera línea de lo que estoy escribiendo y luego voy avanzando, a poquito, línea a línea, como si estuviera conduciendo un automóvil en la neblina. Parte de mi felicidad y gozo como escritora es ver a dónde irá a parar ese camino.

¿Hay mucho de catastrofismo en un cuento como «Dependencias»?

No, para nada. O no era para nada mi intención. Es una historia íntima, como tantas de las mías. La vida (aun en sus momentos más dolorosos) no es siempre una catástrofe. Esa palabra es tan brutal que se come todos los matices y yo quiero precisamente habitar/explorar esos matices. Me pasó también con mi libro anterior de relatos, ‘Una música futura’ (publicado en España por Barrett), que mucha gente los tildaba de distópicos y me parecía que esos los teñía de algo que no eran. Porque sí, es cierto, en esa colección hay algunos cuentos que quizás «coquetean» con la distopía, pero no es algo que los hermane a todos y, al ponerles esa etiqueta, me parece que se forzaba mucho la lectura. La catástrofe en ‘Todo lo que aprendimos de las películas’ es una de las notas de la canción de este libro pero no es para nada lo más importante.

¿Todos ocultamos algo como leemos en algunos cuentos de ‘Todo lo que aprendimos de las películas’ (2023)?

Creo que sí. Pero es un ocultar sin culpa, muchas veces. Incluso un ocultar gozoso. El guardar algo en secreto para precisamente «guardártelo, quedártelo solo para ti», que sea tuyo, que nadie te lo pueda quitar. Hay cosas de nosotras y nosotros que nadie más sabe y ese lugar es sólo nuestro, quizás nuestro verdadero cuarto propio.

Un cuento como «Escenas borradas» es un buen ejemplo para guardar nuestros secretos.

Sí, pero al mismo tiempo es un cuento en el que, por la intimidad que empieza a darse entre sus personajes, se revelan muchos secretos también. En ese relato me interesaba especialmente jugar con la idea de las «escenas borradas» en las películas. Esas escenas de una película, que deciden cortarse de la historia, pero que quizás fueron importantes (incluso MUY importantes) durante todo el proceso. En el caso de mi cuento, en él vemos a una mujer que acompaña a su amiga mientras guarda reposo debido a un embarazo de riesgo y que luego se hace cargo de la niña cuando nace. Ella pronto va a irse del país y piensa que esa niña no va a acordarse de ella, aunque fue tan importante en sus primeros años. Como una escena borrada. Los secretos que van apareciendo en ese cuento son casi como ofrendas, regalos. Descubrir el velo sobre algo y que eso se convierta en una invitación para pasar a otra forma de la intimidad o la compañía.

¿Imagen y palabra van de la mano en sus cuentos?

Sí, pero la palabra va ca minando un poco más adelante.

¿Insistimos lo suficiente para erradicar la violencia social desde el ámbito literario?

No me parece que el ámbito literario sea el espacio para insistir por nada más que el desarrollo del mejor estilo posible y las mejores historias posibles. Imaginar es nuestra insistencia (y resistencia, quizás) y eso es muy poderoso, tiene efectos importantes en el mundo, siempre. Me parece importante insistir en que todas las imaginaciones puedan tener su lugar y creo que eso sí puede quizás ayudar a disminuir la violencia. Y de la violencia deben por cierto ocuparse todas las instituciones e instancias pertinentes. Creo que la literatura está para otras cosas.

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