Marina Tapia

¿Casualidad? ¿Excitación poética? ¿Alineamiento astral? El caso es que en 2022 consiguió un hecho insólito: la publicación de cuatro libros de poesía el mismo año

Marina Tapia.

Marina Tapia. / CÓRDOBA

Viajera infatigable, Marina Tapia (Valparaíso, Chile, 1975) fijó su residencia en España en el año 2000 y desde 2013 vive en Granada. Ya en nuestro país, ha desarrollado una intensa actividad como poeta, artista plástica y divulgadora cultural. Entre sus premios literarios destacan el Ciudad de Baena (2018), Joaquín Lobato (2020) y Águila de poesía (2022). El pasado año publicó cuatro libros: ‘Corteza’, ‘Un kilim de palabras’, ‘Bosque y silencio’ e ‘Islario’. ¿Alguien dijo que es difícil publicar en España?

¡Cuatro libros en un año! Creo que esto merece una explicación. ¿Qué ha pasado?

Pienso como tú, Francisco. Yo no buscaba eso, pero ha venido así. ‘Un kilim de palabras’ lo envié a El sastre de Apollinaire, sello independiente que me encanta porque escoge muy bien lo que edita. Pasó el tiempo y me olvidé de ello. Fue una gran sorpresa cuando recibí, tras la pandemia, un correo del editor diciéndome que le había encantado el libro. En ese momento también se falló el Premio Águila de Poesía y resultó ganador ‘Bosque y silencio’. Además, acababa de salir ‘Corteza’ con El Envés. Y el remate de ese 2022 tan fructífero fue ‘Islario’, otro «sí» de la editorial Amargord. Lo bueno es que cada libro aborda diferentes temáticas y tiene distinto tono. Se han ido presentado dándoles a cada uno su espacio. Como ves, a veces son las circunstancias las que mandan.

‘Corteza’ es una toma de conciencia, una liberación personal. ¿Cuánto cuesta plantarse ante la vida, rebelarse a todos sus dictados y decir ahora voy a tirar yo para adelante «...a tientas, sola, pero libre», como expresa en su primer poema?

En ‘Corteza’ busqué fijar mi camino vital y sus aprendizajes, recoger múltiples fragmentos del pasado. Hay textos escritos en mi adolescencia y otros de mi etapa en Madrid: con su experiencia de la extranjería y la toma de conciencia de los obstáculos que tenemos como mujeres. Veo en su primera parte ciertos paralelismos con la poesía de Maria-Mercè Marçal, un intento de acercarse a lo profundo, en donde la imagen y el concepto tienen gran protagonismo. Son poemas cortos y concisos. He preferido la precisión, adjetivar poco y encarar lo que me ha marcado. Hay una especie de redención con el pasado a través de la lírica.

Adiós al padre, a sus normas («Huyeron como Judas / tu credo y sus lecciones»); a la dictadura chilena («Me fugo del rencor que apacentaste / del muro levantado entre nosotros»); a las imposiciones sociales («Quiero plantar estrellas en mi cielo / desvestir cada sombra / de este pecho lisiado»). Debe ser doloroso asumir todo ese engaño y emprender una nueva vida.

La figura del padre es simbólica y va más allá del patriarcado, remite a lo asignado, a lo que se espera de nosotras, a los parámetros de nuestra valía. Poner sobre el papel las luchas internas contra los modelos sociales es un ejercicio de paz, como ya hice en ‘50 mujeres desnudas’. Dijo mi paisano Jorge Teillier que «La poesía es respirar en paz/ para que los demás respiren». Pretendía reconciliarme con las aristas de la memoria.

Sin embargo, ese miedo es difícil de desterrar, aunque tomes conciencia de él: «Me sorprendo sintiendo temor ante un hombre, / bajando la vista, / pidiendo perdón».

No hay mayor elemento de paralización que el miedo. Bajo su influjo, no siempre se puede reaccionar. Deseaba retratar esos momentos de parálisis que muchas mujeres hemos experimentado. Que algo tan simple como caminar por una calle de noche implique riesgo es un reflejo de un mundo no tan igualitario como se proclama.

En esa sensación vital que describe, la duda es uno de sus temas fundamentales: «Qué fértil es el charco de las dudas, / qué cierto lo que oscila, / lo que tiembla».

Aunque en mí predomina la celebración, la vitalidad y el asombro (como en mis libros ‘El relámpago en la habitación’, ‘Jardín imposible’ o ‘El deleite’), en ‘Corteza’ me he adentrado en zonas más turbias y oscilantes. La duda guarda una semilla de humildad y de deseo de superación. No hay nada más arrogante que la seguridad.

Quiero resaltar también, porque está muy presente en su obra, el reconocimiento a las mujeres poetas que la han precedido, de las que se siente herederas. Mujeres como Emily Dickinson.

Crecí bajo la figura de Gabriela Mistral, su voz estaba muy presente en la educación chilena, y desde muy joven leí a Alfonsina Storni y Juana de Ibarbouru o escuché a Violeta Parra. Antes de vivir en España, no fui consciente de este bello matriarcado poético que había heredado. En Madrid reparé en que el canon literario español apenas incluía autoras. Gracias a mi amistad con Ana Mañeru (traductora de Emiliy Dickinson al español) fui conociendo a inmensas poetas como Ángela Figuera, Juana Castro o María Victoria Atencia que, lamentablemente, no tienen toda la visibilidad que se merecen. Ahora me precio de ser socia de Genialogías, grupo de mujeres poetas que tiene como principal objetivo publicar los grandes libros de estas creadoras.

También hay poemas en los que se abandona al paisaje, al silencio, a la luz y los murmullos de la naturaleza. «Quiero ser el rumor que convoca la vida, que sostiene el deseo», asegura en ‘Bosque y silencio’.

El binomio palabra-silencio y la relación del ser humano con el paisaje son elementos constantes en mi poesía. Me interesa la intimidad con la naturaleza, no desde los tópicos o desde la mirada del romanticismo (distante, contemplativa y con los hombres como seres dominantes); suscitar en las lectoras y en los lectores esa canción profunda de los elementos, por muy modestos que sean, barro, troncos, estratos, todo lo que guarda el paso de las eras. Si una poeta tiene el don de ver belleza en lo mínimo ¿cómo no compartirlo? Como decía Jules Renard, no puedo contemplar la hoja de un árbol sin sentirme anonadado por el universo.

Entiendo que la poesía para usted es muy importante. «Poesía, / quiero tocarte, / que dejes de ser una abstracción, / la suma de supuestos que persigo», escribe en ‘Un kilim de palabras’. O asegura rotunda: «Si alguien me pregunta por mi oficio / ¿Qué diré? / Responderé segura soy poeta».

Estoy en deuda con ella, me ha acompañado siempre. Desde los 6 años memoricé y declamé poemas que fueron la música de fondo de mi educación. He hecho grandes amistades a través de poesía, he conocido a mi compañero, el escritor Ángel Olgoso, en un acto literario. Y la lectura de poemarios incendiarios, imaginativos, reveladores me ha dado cobijo en tantos momentos. Son muchos años de una estrecha relación con la escritura y la lectura. Me ha abierto un universo de sensaciones, ha ampliado mi mirada, me ha brindado soledades luminosas.

‘Islario’ muestra su espíritu viajero, la búsqueda de un lugar donde asentarse, el desarraigo quizá de no vivir en su país. «… este cuerpo, que anhela recorrer la tierra entera, / se busca sin respiro en el paisaje». ¿Ha encontrado por fin su sitio en España?

En mi familia siempre ha habido una pulsión viajera. Mi hermano vive en Berlín, mi hermana en París y mi hija en Vigo. Quizá buscamos una parte desconocida de nosotros reflejada en otro lugar, completar ese mapa de afectos dispersos en distintos enclaves.

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