Teresa no ha venido a este mundo con un pan bajo su brazo. Llegó, prematuramente, cuando nos desbordaba la sexta oleada de una pandemia de la que aún nos quedaba mucho por aprender, y ante los malos augurios de una guerra que, por desgracia, se cumplieron.

Desde el corazón de su incubadora, Teresa mostraba su inocente mirada hacia la vida, y nos contagiaba indefinidas sensaciones con las que nuestra mente podía permitirse el lujo de imaginar y de aventurar. Teresa, a pesar de las adversidades, recibía diariamente la visita de sus mamás que le transmitían su inmenso amor y cariño, se sentía la niña más querida del universo y luchaba por superar los obstáculos que, de una manera temprana, se habían interpuesto en su camino. Teresa ahora disfruta, en su hogar, del calor y los mimos de quienes tanto la quieren. Y, es cierto, no nos ha traído ningún pan bajo su brazo, pero ha inundado nuestras vidas con la sonrisa más alegre, con la mirada más tierna, y ha tenido el poder de despertarnos sentimientos que teníamos casi olvidados y adormecidos en algún rincón escondido de nuestro corazón.