Nada que ver este nuevo poemario El territorio blanco, de José Luis Gómez Toré con su anterior entrega poética. Desde luego este es otro tono, otras las intenciones por las que decide apostar. El vértigo de la infancia, de la existencia, abordado con valentía por el sujeto poético, sin dejar nada para después, se ofrece como uno de los ejes centrales de este poemario. La voz adquiere conciencia rápida de que el instante es precioso, único, que nos debemos a él, y que a él rendimos tributo con el acercamiento -humilde y entregado- desde la palabra. Acotar la extensión de los recuerdos, mientras se sigue viviendo el presente, de cómo una cosa puede llevar a la otra y las reminiscencias que ello implica, se convierte en un propósito que no pierde de vista el autor. 

La primera parte de este libro es intensa, cargada de lo emocional pero guardando el equilibrio que el poema exige, es un universo tangible y como tal se visibilizan las imágenes, esa atmósfera, los detalles; un territorio que en su blancura se nos presenta, con su carga mágica, y que se vuelve por momentos corpóreo. La búsqueda del individuo, de sus raíces, del sentido de sus pasos, aflora con más fuerza si cabe en la segunda parte del poemario, poniendo de manifiesto el concepto depurado y sencillo de la belleza que se persigue y su manifestación, dejándonos algunos que otros momentos de elevada intensidad y pulcritud.

En la tercera parte (Melusina) ese tono más prosaico nos muestra esa imposibilidad de narrar como una paradoja, y aun así el narrador nos lleva hacia la reflexión constante y pausada que se vuelve meditación, lentitud necesaria para ir acometiendo lo sensorial y lo emocional en un solo hilo, como un único quiebro. Y en ese contraerse de la mirada surge la delicadeza y la osadía de ese reencuentro con la infancia a través del hijo -permanente desde el principio- desde otros ojos y otros gestos. No parece haber dolor en ese desnudar la memoria, más bien asombro por todo lo misterioso que parece quedar al descubierto: «La cerradura es ojo… / Dónde queda la infancia, en qué fragmento…». La suerte de imágenes que van cubriendo la escena, resultan esenciales en la construcción de este territorio que se va habitando, página a página, con su propia carga significativa. 

Pero el paraíso también surge (sobre todo en la última parte) con sus miedos y sus proyecciones, primero como una certeza sobre la que viene girando todo el poemario, y luego como ese otro espacio indefinido cuya imperfección nos mantiene en vilo, alerta, pendientes de lo mínimo que es sacudida, destello propio. Lo etéreo es el terreno que se frecuenta, y ahí el sujeto equilibra también con lo palpable, con lo concreto, como dos mundos que están prestos a encontrarse, en ese camino desnudo de las emociones. 

Lo trascendente se dibuja con una sencillez delicada y a un tiempo impactante, como si de pronto esa carga no pesara tanto como su apariencia pudiera indicar, y siempre pendiente de lo inmediato, de eso que está a punto de suceder y que, de alguna manera, se presiente o se invoca con la lucidez pasmosa de quien asume su pasado en su presente, componiendo un paisaje de asombro para ese lector ávido de nuevos territorios.

‘El territorio blanco’.

Autor: José Luis Gómez Toré

Editorial: La Isla del Siltolá. Sevilla, 2022.