En España se publican al año tropecientos mil libros. Tal vez nos hemos quedado cortos en la escandalosa cifra. Más del noventa y nueve por ciento de ese volumen pasará sin gloria por los anales de la historia, aunque llenen nuestras estanterías. Si añadimos lo que se publica en Europa, o en el mundo, vamos a ser dichosos, no hay papel para tanto libro. Y al final tan solo un pequeño puñado se recuerda, como decía Berlanga «Lo más jodido de la vida es la pérdida de memoria».

A esto hay que añadir que los críticos «oficiales», esos que no han leído un buen libro en la vida, se limitan a publicitar (decimos publicitar y no reseñar) aquello que le ordenan a golpe de talonario o de favores personales, regados con una indecencia insostenible.

Hablando de los críticos oficiales, el libro de Natsume Soseki Soy un gato posee muchos párrafos antológicos: «El maestro estaba convencido de que una sociedad con semejantes individuos no podía considerarse aún desarrollada completamente».

Un escritor no debe escribir para su tiempo, aunque eso le impida estar en los escaparates de las mejores librerías (ya nos gustaría concretar mejor eso de «mejores librerías»), también le imposibilita aparecer reseñado en los suplementos oficiales de los críticos oficiales, porque, a fin de cuentas, el escritor debe crear literatura atemporal. Y a esa atemporalidad hay que añadirle otro término, el de la universalidad. No escribir para este tiempo, ni escribir para los críticos, o la moda pasajera. Para eso están los tertulianos. Existe tanta similitud entre los críticos oficiales y los tertulianos de los programas de televisión.

Repetimos, la mayoría de los críticos «oficiales» de este país no han leído un buen libro en su puñetera vida. Y decimos aquello de puñetera, porque no saben lo que se pierden. Pueden no estar de acuerdo, qué grande es la libertad faltaría más, pero en el libro de Natsume Soseki Soy un gato se lee: «Pero había una enorme diferencia entre esa imagen preconcebida y lo que yo contemplaba en aquel momento».