Consciente de que aquello que no se nombra no existe, Ana Castro (Pozoblanco, 1990) edita la antología Rojo-dolor, en la que reúne la obra de cuarenta poetas que, desde la experiencia personal, abordan el tema del dolor. Su intención última, como reza en la solapa del libro, maravillosamente editado por la editorial sevillana Renacimiento dentro de su mítica colección de rayas horizontales, es «reconstruir una genealogía inexistente y acallada hasta ahora sobre cómo nombrar el dolor en una sociedad patriarcal en la que el sufrimiento de las mujeres es silenciado».

Esta cadena se inicia con Rosalía de Castro (1837-1885) y llega hasta Marina Carretero Gómez, nacida en 1985, quedando fuera, como confiesa la antóloga en el prólogo, las autoras más jóvenes porque «al pertenecer justo a la misma generación que yo, entran en juego criterios subjetivos, como pueden ser la proximidad o afinidad a una y otra poética». Además de la poeta nacida de «padres incógnitos» en Santiago de Compostela, destacan voces esenciales de nuestra lírica como las de Concha Méndez, Ernestina de Champourcin, Carmen Conde, Dionisia García, Francisca Aguirre, Juana Castro, Luz Pichel, Piedad Bonett -la única escritora no española seleccionada-, Chantal Maillard, Ángeles Mora, Aurora Luque, Amalia Bautista, Isabel Bono, Luisa Castro, Pilar Adón o Julieta Valero. Entre las más jóvenes, de las cuales sobresale Olalla Castro, «es más acuciante esa preocupación constante por intentar nombrar el dolor y no encontrar cómo», siendo este un rasgo compartido con sus compañeros de viaje masculinos.

Las cuarenta poetas recogidas han servido de cobijo, en los momentos difíciles, a Ana Castro, quien se reconoce en su dolor: «Esta antología es una prueba de resistencia y una madeja de la que cuelgan abrazos, versos y poéticas en las que encontrar refugio y con los que acunarnos en una esquina del sofá cuando todo sea demasiado y el dolor nos supere». Así, la poeta pozoalbense declara haber forjado su voz poética en estas madres y hermanas mayores, con lo que la pretendida genealogía femenina deviene, al mismo tiempo, en una genealogía poética: «Esta es mi lengua. De aquí procede mi idioma: del de mis Maestras. Ellas son mi familia, mi genealogía en Rojo-dolor. Gracias a sus palabras -nuestro idioma- sobrevivo a mi dolor tan rojo cada día».

Este dolor propio, pues, tiene una dimensión colectiva, es decir, establece lazos entre las mujeres que lo sufren, que han sido y son silenciadas por la sociedad. Y es, precisamente, en esta condición marginal y fraternal donde se produce el fértil milagro que permite transformar el dolor en belleza, la grieta en palabra, con la intención de buscar consuelo, que no curación.

Tanto el dolor compartido como la conciencia de ser parte de una cadena de mujeres dan al libro un carácter reivindicativo y feminista, de lucha contra una sociedad que obvia o infravalora el dolor crónico, incapaz de comprender la situación que este genera en las pacientes -fundamentalmente en el ámbito laboral- ni de ofrecer tratamiento, pues no solo se tarda de media más de dos años en hacer un diagnóstico -tiempo que se ha incrementado con el covid-19 y la dificultad para ser atendidas presencialmente-, sino que, con frecuencia, se abusa de los analgésicos e, incluso, de los antidepresivos, insinuando una dolorosa frontera entre el dolor físico y la salud mental.

‘Rojo-dolor’

Autor: Varias autoras (edita Ana Castro). 

Editorial: Renacimiento. Sevilla, 2021.