Luis Rosales al final de su libro Teoría de la libertad: «La libertad es la aptitud del ser del hombre que le permite realizar su autenticidad o renunciar a ella. Este poder de renunciar a sí mismo, de renunciar a aquello que constituye nuestra libertad. Somos libres contra nosotros mismos». El mundo está gobernado por mentirosos, por hipócritas compulsivos, por falsedades. Y la literatura, como parte de la vida, se contagia de ello. En las últimas décadas la degradación social se ha sabido plasmar en los textos, en el arte. Lo que para nosotros era cultura se ha ido envolviendo de un aura carroñera que ha logrado una aceptación casi general. Cambiamos a los antepasados por la mentira. Hay falsedad en la literatura, falta de autenticidad. Los múltiples elogios provocan vértigo, la vanidad nunca conduce a la disciplina, y el enaltecimiento personal llega a cansar. Este abatimiento amenaza las obras que desde entonces engañan. La hilaridad no es literatura, es el estado excesivo de la falsa verdad.

En el fondo es la falta de entendimiento de la propia libertad lo que genera esta literatura de la falsedad. ¿O deberíamos denominarla literatura de la inanidad? La literatura ha perdido el concepto de confidencia, y se ha convertido en algo así como un entretenimiento despreciable.

El mayor favor que ha recibido el hombre, son palabras de Plinio, es su libertad y, con ella, la capacidad de elección. Lo que se hubiera podido desear se convierte en realidad no cuando se desea, sino cuando se actúa. No nos condenemos antes de nacer. No condenemos a la literatura antes de estar escrita. Somos libres contra nosotros mismos. «Existir es un plagio» (Cioran), y engañar también.

Maurice Joly escribió un libro titulado Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu. En él, se lee: «¿Qué garantizará a los ciudadanos, si hoy nos despojáis de la libertad política, que no los despojaréis mañana de la libertad individual?».